La figura del director técnico no es de las más reconocidas dentro de un club o un colegio, pero es muy importante dentro del propio organigrama, ya que se encuentra en una posición intermedia que, a la vez, tiene jefes y subordinados. Jesús Pérez Castilla (director técnico del colegio San Agustín) y Pablo Borrás (director técnico de la cantera de Estudiantes) abordaron la situación actual de dicha figura en el Simposio del Baloncesto Colegial.

Lo más importante para desempeñar este papel es “tener pasión total y absoluta hacia el deporte y con la gente que se está interaccionando”, señala Borrás. Además, la posición de director deportivo conlleva “una gran responsabilidad” y tiene que generar sinergias, ya que “no se puede estar desde un estrado diciéndole a la gente lo que tiene que hacer, si no colaborar con los entrenadores para trabajar en la misma línea y generar un proyecto común”. El problema con el que se encuentran muchas veces es, como apunta Jesús, que “no marcamos la línea en la que va a trabajar el colegio, no podemos imponer las estrategias ni decidir los días que entrenamos, ni siquiera si queremos competir al más alto nivel o convertir el baloncesto en una actividad extraescolar”. Por eso, es muy importante “estar en un sitio en el que nos sintamos identificados y ser capaces de establecer unos objetivos tácticos para un medio plazo que nos lleven al puerto que queríamos llegar, poniendo en práctica un esquema que impone alguien que está por encima”.

Si bien es cierto que el centro es el que tiene que marcar la línea, el director deportivo tiene que “basándose en unos pilares básicos, aportar detalles”. Ambos coinciden en que la relación con los jefes tiene que ser “positiva, basada en el respeto y la comunicación”. Pablo va más allá y confiesa que a él, le gusta entrevistarse con los jefes “siempre a pie de pista, paseando y viendo cómo entrenan los equipos”. Junto a la comunicación y el respeto, el director técnico tiene que tener, según comenta Pérez Castilla, “poder de decisión y existir una confianza en ambos sentidos” porque hay que dejar a los entrenadores que tomen decisiones, siempre que sean meditadas y elaboradas, pero “tienen que comunicárnoslas al director deportivo para estar informados y saber a qué situaciones o problemas podemos enfrentarnos”.

El trabajo del director técnico en un colegio o un club es muy similar. Para Borrás, hay “sólo matices” en cuanto a las tareas, aunque la gran diferencia que existe tiene que ver con el tema de fichajes, ya que “hay colegios que no admiten jugadores de fuera, mientras que eso en un club es impensable porque se nutre de jugadores de distintos colegios”. La principal diferencia es, para el director técnico de San Agustín, “el compromiso a largo plazo con el jugador”, debido a que los clubes buscan “jugadores que les hagan competir y ganar al momento y si al año siguiente encuentran otro mejor pues lo fichan, porque no tienen ese compromiso con él”. Eso en su colegio no pasa, “cualquier alumno que quiera jugar y cumpla con sus obligaciones, estará con nosotros en toda su etapa de formación. No le vamos a abrir la puerta para que se vaya, buscando diferentes vías para que todos puedan seguir jugando, incluso llegando a sacar varios equipos”.

El eterno dilema que existe entre clubes y colegios es el de formar o ganar. En Estudiantes lo tienen muy claro, “nosotros enseñamos a ganar y perder, siendo conscientes de que el partido es parte de la formación del jugador y ganar es el fin para el que hay que utilizar todos los medios al alcance, pero no a cualquier precio, da igual que seas un club o un colegio”. Además, un foco muy recurrente de conflicto es cuando un jugador deja su colegio para irse a un club, Borrás reconoce que “habría que regular la fuga de jugadores y establecer unos protocolos de comunicación. Un club no debería acudir a un padre o a un jugador sin que el colegio tenga conocimiento de ello, es un tema de educación, respeto y formas”. Resultaría fundamental para evitar problemas, “normalizar la situación y tratarse entre los directores técnicos”.

En la mayoría de los casos, el colegio es el primer contacto de los alumnos con el deporte, pero llega un momento en el que el jugador va progresando y tiene que “desarrollarse en un ambiente competitivo, cuando el colegio no le puede aportar ese crecimiento, es el momento de dar un paso más y buscarlo en un club”, apunta Pablo. Para Pérez Castilla, el jugar en el colegio es un tema de identificación, los jugadores se sienten identificados con un sentimiento. Por eso, a pesar de que jueguen en un gran club, la Copa Colegial “les hace mucha ilusión” porque es una oportunidad para “volver a competir con sus compañeros y seguir sintiéndose identificados con su colegio”.

Por Víctor Escandón Prada
Entrenador superior de baloncesto. Periodista
Gabinete técnico JGBasket

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