Muchas veces los entrenadores nos centramos sólo en entrenar y no atendemos a otros factores externos importantes para el equipo como puede ser la motivación de nuestros jugadores. Pensamos que con enseñarles a jugar y corregirles es suficiente, pero no todos los jugadores tienen la misma mentalidad. Lo difícil es conseguir en un equipo sacar el máximo rendimiento a cada jugador para que el grupo funcione y eso, no se consigue si todos no reman en la misma dirección y están motivados por lograr un objetivo común.

Es lógico que tratemos de exigir el máximo a nuestros jugadores, pero no todos tienen la misma capacidad de asimilación, el mismo grado de compromiso ni el mismo nivel frustración. Los hay que en cuanto cometen un error o no les sale todo bien, se hunden, se obcecan y dejan de aportar al equipo. Por otro lado, están los jugadores que no son autocríticos y no ven sus errores sino que culpan al resto de compañeros de cualquier acción y siempre buscan excusas (cuando su atacante mete una canasta es porque no ha llegado una ayuda o cuando se pierde un pase es porque su compañero no lo ha cogido…). La misión del entrenador es buscar el equilibrio y que todos aporten, conociendo sus limitaciones y tratando de encauzarlas.

Está claro, por tanto, que el éxito o fracaso del conjunto, depende de los logros individuales. Nuestro objetivo es conseguir plantear metas realistas a cada jugador para que se esfuerce al máximo y vea que es posible lograrlas. Si dichas metas no son acordes al jugador, llega la frustración y puede generarse una presión que derive en una ansiedad que le impida evolucionar o incluso dejar de intentar afrontar nuevas situaciones por miedo al fracaso.

Los jugadores necesitan saber que han hecho algo bien aunque hayan fallado. Por ejemplo, si les insistimos que cuando entren a canasta por la izquierda tiren con la mano izquierda, si lo hacen tenemos que insistir en que está bien, aunque no hayan metido canasta, ya que si les reñimos, dejarán de hacerlo o tirarán con la derecha y no obtendremos el efecto deseado. Es importante, cuanto antes, que los jugadores empiecen a discernir cuando hacen algo que está bien y cuando no, sin tener que estar el entrenador continuamente diciéndoselo, porque eso significa que comienza a tomar decisiones por sí mismos, valorando los pros y los contras.

Es evidente que lo contrario al premio es el castigo. Si como entrenadores abusamos del castigo o los gritos cada vez que hacen algo mal, además de no motivarles, eso generará miedo y dudas en el jugador a la hora de afrontar las diferentes situaciones. La aplicación de castigos debe darse para acabar con conductas que consideremos inapropiadas o negativas y que puedan influir en el ambiente del equipo.

Tampoco es bueno para mejorar el rendimiento de los jugadores, el perfil de entrenador que está continuamente diciéndoles que todo está bien, que no pasa nada, porque los jugadores pierden la percepción de la realidad. Si lo hacen mal, hay que corregirles, pero sin perder las formas. Si nuestros jugadores están motivados y creen en lo que hacen, tendremos mucho ganado.

 

Por Víctor Escandón Prada
Entrenador superior de baloncesto. Periodista
Gabinete técnico JGBasket

Publicada el: 4 Ene de 2017 @ 23:35

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