Ha necesitado perder dos finales, y nueve temporadas para ver cumplido su sueño, pero por fin Lebron James justificó su sonado fichaje mediático con el anillo de campeón de la NBA. En la madrugada de ayer, y por un contundente 121-106, el American Airlines Arena vibró con un partido que resultó definitivo, y en el que Oklahoma City Thunder terminó por pagar su juventud en sus primeras finales. El guión para el éxito de Miami era simple, de todos es conocido el enorme potencial de sus dos grandes estrellas, Lebron James, y Dwayne Wade, pero la clave residía en la aportación de jugadores con un rol más secundario, especialmente los exteriores, fichados con el objetivo de crear una amenaza real desde el perímetro ante el colapso defensivo de los rivales por la focalización del juego de James, y Wade. Y estos han aparecido en su mejor versión a lo largo de los cinco partidos de la final, especialmente Shane Battier, compañero de generación de Gasol en el Draft de 2001, con un 63,4% en lanzamientos de tres puntos ha resultado ser un arma fiable, y letal. Sin embargo ayer el héroe fue Mike Miller, un jugador que daba pena ver su lamentable estado de forma contra Boston, pero que en el partido clave se fue a un 7/8 en lanzamientos de tres puntos, suficiente para reventar las escasas esperanzas de remontada de Oklahoma. Junto a ellos no podemos olvidarnos de otro secundario con galones de estrella que también ha brillado con luz propia, Chris Bosh, duro en la pintura, e incisivo en el ataque de los Heat, siendo un punto de referencia claro en los esquemas ofensivos de Spoelstra.

Juventud, descaro, y mucho talento, esas son las señas de identidad de un equipo que ha ilusionado a la NBA, y los aficionados de medio mundo, nadie duda que si el bloque se mantiene, el futuro es brillante para ellos. Aprendieron de los errores del pasado, y pudieron acceder a sus primeras finales, y sin duda, aprenderán de los errores cometidos contra los Heat en estas series. Perder la identidad de juego a estas alturas de la temporada suele pagarse caro, y Oklahoma no ha sido fiel al juego desplegado durante toda la temporada. Es cierto que Miami ha puesto el listón físico en unos niveles de intensidad como en años no se veían en la liga, y que su defensa ha sido un quebradero de cabeza para el juego de ataque de los Thunder, que no encontraban espacios, especialmente sus tres grandes figuras, Durant, Westbrook, y Harden, aunque cada uno de ellos merece un análisis más individualizado. KD ha demostrado el potencial que tiene dentro de esta liga, el trono que ocupa junto a James está un peldaño o dos por encima del resto, su capacidad para anotar es pavorosa, y sus números en estas finales han sido brillantes, especialmente con unos porcentajes bastante más aceptables que los de su compañero Westbrook, en exceso individualista, a pesar de sus tremendas actuaciones (algún que otro record ha caído), su irregular selección de tiro ha condenado en ocasiones a su equipo, que ha visto como encajaba parciales en contra con facilidad. Por su lado, Harden ha estado ausente a lo largo de estas finales, no ha sido el revulsivo con el que OKC sorprendía a sus rivales saliendo desde el banquillo, el exceso de presión se ha traducido en mayor lentitud, y en una disminución importante en sus porcentajes de tiro. El juego interior de los Thunder se ha llevado muchas críticas, pero ha estado correcto, especialmente Ibaka, cuya intimidación en la pintura ha evitado que el paseo de Miami fuese mayor, pero, ¿Cómo van aportar más cuando el 80% de los lanzamientos los realizan el trío de exteriores?. No se ha encontrado ese equilibrio tan necesario dentro de los esquemas de Scott Brooks. Pero no nos olvidemos, la juventud es un peaje que se paga caro en la NBA, la capacidad de maduración de esta derrota nos indicará si estamos ante un equipo capaz de crear una dinastía en la NBA, o simplemente de un buen equipo.

¿Cuántos focos había sobre su figura?, ¿Cuántos críticos, y aficionados se frotaban las manos con una nueva, y dolorosa derrota?, la tremenda presión soportada por Lebron James engrandece aún más su gesta, que ya de por sí, y con los números sobre la mesa, ha sido estratosférica, coronando su actuación con otro triple doble (26 puntos/13 asistencias/11 rebotes), y guiando a Miami Heat a la consecución de su segundo anillo. La exhibición a lo largo de la temporada, y su dominio en estas finales le han reportado el premio Bill Russell como MVP de las finales, sus medias de 29 puntos, 10 rebotes, y 6 asistencias, hablan por sí solas del impacto que ha tenido en estos cinco partidos. El despliegue físico que años atrás ofrecía lo sigue manteniendo intacto, quizás el gran salto de este jugador sea la eficacia con la que emplea ese físico, involucrando de una forma mayor a sus compañeros, a diferencia de su etapa en Cleveland. Con la única duda en torno a su figura de la permisibilidad arbitral, ha sido capaz de dominar desde el perímetro, y desde el poste bajo, siendo un dolor de cabeza para todos sus defensores, especialmente Sefolosha, y Harden, incapaces de frenar el vendaval de juego que ha ofrecido en estas finales. Ha recorrido un camino largo, con mucha carga de presión sobre él, llamado a ser el sucesor de Jordan desde los 14 años, y siendo un icono mediático desde los 16, todo el trabajo de estos años se ha visto recompensado con este anillo, aunque la ambición de este jugador le hará volver a luchar por nuevos títulos en el futuro, él es consciente de la magnitud de su figura, él sabe que está a un paso del Olimpo de los Dioses de este deporte, pero necesita más anillos, de momento el Rey James ya tiene su corona de campeón de la NBA.

 

Por Alex Senra del Cerro
Analista NBA. JGBasket

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