Ganar, ganar y ganar. Así se puede resumir la trayectoria de uno de los jugadores más laureados del baloncesto europeo. Cambió completamente, desde sus 205 centímetros, el concepto que se tenía hasta entonces del escolta. No destacaba físicamente, pero sus carencias las cubría, sobradamente, con una técnica exquisita y una perfecta ejecución de movimientos.

Un currículum que asusta: dos oros mundiales, una plata olímpica, tres campeonatos de Europa y un bronce Europeo con su selección. Con sus respectivos clubes levantó tres Euroligas, una Recopa de Europa, seis Ligas –1 en Italia, 3 en Grecia y 2 en España– una copa del Rey, una Supercopa de España y una Copa de Italia. Además de un sinfín de galardones individuales, destacando el MVP del Mundial´98 y los dos MVP de la Final Four de la Euroliga.

Su aura de ganador fue clave para lograr lo que nadie había conseguido antes, capitanear al Barça hasta lograr su primera Euroliga, después de numerosos intentos, millones gastados y fichajes frustrados. Sin olvidar que fue el único que creyó en la victoria cuando su selección perdía por ocho puntos, a falta de dos minutos, ante Argentina en la final del Mundial de Indianápolis. Él solo, con 9 puntos consecutivos y un poco de ayuda arbitral, forzó la prórroga. Y pudo evitarla si tras su robo de balón, Divac hubiese anotado algún tiro libre. No se llevó el premio al mejor jugador, pero fue el que cambió el partido.

Si por algo se caracterizaba el jugador nacido en Zrenjanin era por su amplia gama de gestos que le hacían imparable en el 1c1. Destacando, sobre todo, su famoso “látigo”, ese que aprendió a base de muchas horas de entrenamiento y de observar al ex jugador del Estu, Danko Cvjeticanin. Bodiroga atacaba a su defensor con la mano de bote y cuando éste se anticipaba para evitar la penetración daba el latigazo, recogiendo el balón con la mano contraria y cambiando de dirección para dejar a su defensor clavado.

Su mecánica de tiro no era nada vistosa, pero sí efectiva. Parecía que todo lo hacía a cámara lenta y aún así nadie podía pararle. Capaz de jugar en todas las posiciones, gracias a su excelente visión de juego y su manejo de balón, su altura también era un quebradero de cabeza para sus defensores, ya que al jugar de escolta solía tener defensores más bajos a los que trituraba al poste.

Una carrera plagada de éxitos que no comenzó con buen pie. Sancionado por la federación yugoslava, con tan sólo 16 años, por firmar un contrato con dos clubes distintos, le impidieron jugar con el primer equipo del Zadar durante toda la temporada. Lejos de hundirse, aprovechó para jugar en las categorías inferiores y entrenar más y más para seguir puliendo su talento. Un año más tarde y después de ser comparado, a pesar de su juventud, con el gran Kukoc, la guerra de los Balcanes hizo acto de presencia y tuvo que dar un giro a su vida.

No era fácil para un serbio vivir en Croacia. Así que Bodiroga decidió buscar suerte en Grecia. Había varios clubes interesados en su fichaje, pero con una condición, que se nacionalizase heleno. Ni se lo planteó. Acabó recayendo en Italia, en las manos de Tanjevic, pero el destino le tenía guardada otra desagradable sorpresa. Su equipo no tenía fichas libres, así que, o buscaba otro equipo o se pasaba otro año en blanco. Se decantó por la segunda opción, sabedor de lo mucho que podía aprender de su entrenador y gracias a su disciplina de trabajo.

Cuatro temporadas en Italia, en las que empezó jugando de base para acabar consolidándose como un “2” de garantías, fueron suficientes para ver todo su potencial baloncestístico. En su último año, guió a su equipo al título de Liga y Copa, aunque le quedó clavada la espinita de la Copa Korac –único título que se le resistió en su carrera–después de perder tres finales consecutivas. Durante esa etapa, vivió los peores momentos con el combinado nacional, las sanciones impuestas por la ONU por la guerra, les impidieron participar en los Juegos Olímpicos de Barcelona, el Europeo de Alemania y el Mundial de Toronto. Una pena para un país que contaba con una selección de lujo.

Había comenzado el desembarco de jugadores europeos en la liga norteamericana como Kukoc, Petrovic, Divac, Radja, Stojakovic, Sabonis…, pero a Bodiroga –elegido en segunda ronda del draft (puesto 51) por Sacramento Kings– no le convencieron los cantos de sirena de la NBA y prefirió un rol principal en Europa que le hiciese seguir creciendo. El Real Madrid parecía un destino ideal en el que erigirse como estrella con un técnico ganador y conocido para él, Zeljko Obradovic, su entrenador en la selección yugoslava con la que lograba la plata olímpica en Atlanta. No le salió nada bien la apuesta. A nivel individual cuajó dos buenos años con grandes números, pero en lo deportivo fue un absoluto fracaso. Estaba en el momento más importante de su carrera –medalla de oro y MVP en el Mundial de Atenas– y no quería seguir formando parte de un equipo en descomposición.

La NBA volvió a tantearle, pero era el momento de probar suerte en Grecia. Panathinaikos le esperaba con los brazos abiertos. Después de una primera temporada desilusionante, volvió a coincidir con Obradovic y por fin pudo levantar la ansiada Euroliga. No sería la última. Dos años después volvería a repetir título en Bolonia, ante el anfitrión y todopoderoso Kinder de Messina, llevándose además el MVP. Ya era el mejor de Europa.

Ese verano tocaba Mundial y replantearse su futuro, tras acabar contrato con Panathinaikos. De la mano de Pesic ganó su segundo título mundialista y fue el propio técnico el que, como sucediera con Obradovic, convenció a Bodiroga para recalar en el Barça con un reto mayúsculo: ganar la Euroliga en la Final Four de Barcelona. Y vaya si lo consiguió, el Palau enloqueció y hasta él, a pesar de su carácter frío, celebró por todo lo alto el título, logrando también el MVP (20 puntos y 8 rebotes). Era el año más glorioso del Barça consiguiendo un histórico triplete (Liga, Copa del Rey y Euroliga).

Las cosas no volvieron nunca a ser iguales por Barcelona y en dos años sólo consiguió ganar una ACB. Así que era el momento de pensar en un cambio de aires y decidir irse a Roma, a la Lottomatica, para encontrarse de nuevo con Pesic. Sin lograr ningún título en dos años decidió colgar las botas en junio de 2007. Era el final de un jugador de leyenda, ídolo allí donde jugó.

Por Víctor Escandón Prada
Periodista deportivo y entrenador superior de baloncesto
Gabinete comunicación JGBasket

Foto: FIBA

Publicada el: 26 feb de 2015

 

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