Reza la leyenda que al gran Lolo Sainz le aparecieron las primeras canas con los quebraderos de cabeza que le dieron la pareja de marras.

Esta es la historia de éxito de dos jugadores complementarios, de dos personalidades contrapuestas que convergieron en un tiempo y un lugar para cambiar la historia de nuestro deporte. Es el testimonio de que el camino hacia la élite está abierto al talento y al sacrificio diario.

Iniciamos el viaje mediático al boom del basket español de los 80 de la mano (qué mano) de dos personajes fundamentales que cambiaron tendencia, que tiñeron de azulgrana un cuadro hasta entonces blanco inmaculado. Viajaron por las mejores autovías del mundo; uno pagaba a diario el peaje a toca teja a través de un esfuerzo ímprobo, el otro tenía el crédito de su ingente destreza. Uno se hizo, el otro nació jugador de baloncesto.

 

Tan cerca

Jamás. Ninguno de sus primeros entrenadores pudo imaginarse dónde llegaría Juan Antonio. La primera división, la selección, 239 internacionalidades, mejor baloncestista europeo del año 84, mejor jugador de la década de los 80 para L´Equipe… Jamás. Era alto, sí, pero desgarbado, poco coordinado y sin aparentes aptitudes para el juego, para cualquier disciplina deportiva. Voluntad toda, pero con eso no se llega ¿O sí? Suena más a sueño cabezón y repetitivo de un niño que creció animado, tutelado y entrenado por sus hermanos Fernando y Herminio que le inocularon la pasión por el deporte de la canasta. Epi no se puso límites, ansiaba ser el mejor jugador posible y llegó tan lejos como sus facultades y su tesón le permitieron, deseoso de una perfección para la que nunca se encontró llamado.

El chico que nació a escasos 100 metros de la Basílica de la Virgen del Pilar no se vino abajo cuando fue descartado para uno de los equipos del colegio. Siguió entrenando, padeciendo el Moncayo invernal a orillas del Ebro embutido en un par de chándales de algodón. Con el tiempo llegaría al Helios. Pedro Labé y Miguel Ángel Treviño fueron algunos de sus entrenadores en la capital maña, pero quizá fue Jaime Ventura quien primero atisbó las posibilidades del mozo.

Su hermano Herminio jugaba en el Kas bilbaíno. El gran Ranko Zeravica, por entonces entrenador del Barsa, se había encaprichado con su juego en el Europeo Junior de Orleans, donde a España se le escapa el oro en el último segundo, por lo que recomienda su incorporación. Ramón Ciurana y Eduardo Portela cierran el fichaje y regalan dos millones de pesetas al equipo vasco, pues horas después el club desaparecería, con lo que de haber esperado un día se hubieran ahorrado el montante de la operación. El insospechado negocio culé vino por otro lado: Herminio sugirió la contratación de Juan Antonio, el Barsa encontró un trabajo para el padre como contable en el ramo de la hostelería y la familia (salvo su hermano Fernando) se desplazó a la Ciudad Condal. Era el verano del 74 y los futboleros vivían emocionados con la venida de un astro holandés, Johan Cruyff.

Epi II, como se le conoció en un principio, coincidió en el juvenil con uno de los mejores preparadores de formación que ha dado este país, Miguel Nolis. Ambos llegaron a la vez al Palau y curraron a destajo. Por consejo de Zeravica, jugó primero por dentro para fortalecerse, pero a diario repasaba machaconamente los fundamentos exteriores. Apenas gozó de minutos, pero su perseverancia trajo premio. En verano, Antonio Serra le reclamó para la selección juvenil que acudió al Europeo de Atenas 75. Tomó un papel secundario (38 puntos y 50 rebotes en 104 minutos de los 8 partidos que disputó), pero la experiencia fue aleccionadora: vivió el caos de la organización (48 horas antes de dar comienzo el torneo no se conocía ni el número de participantes ni el calendario, España llegó a disputar dos encuentros en el intervalo de 11 horas), las dudas sobre la edad real de los jugadores griegos y conoció de primera mano cómo se las gastaba el famoso árbitro Florito. En su estreno, la quinta plaza le supo a gloria. De la época, cuenta Nolis la bronca que se llevaron de Portela en la previa a la final del Campeonato de España Juvenil ante el Madrid cuando les pilló metiéndose una sabrosa paella. A Epi se conoce que no le debió sentar tan mal el indigesto arroz cuando terminó el partido con 43 puntos y el título en el bolsillo. Ya lo dicen los que saben… hay que cuidar la alimentación.

Pasó al junior con Berenguer y se fue alejando del aro para adueñarse de la posición de alero. Alargó su rango de lanzamientos hacia la larga distancia, perfeccionó su tiro a tabla, mejoró su manejo de balón, dominó la parada en un tiempo y cultivó las fintas. Con un año de adelanto, Pinedo se lo llevó al Europeo Junior de Santiago de Compostela en el verano del 76. En el viejo (entonces novísimo) Pabellón de Sar asomaron algunos de los jugadores que con el tiempo serían grandes: Aza Petrovic, Giannakis, Belostenny y sobre todo el gigante Vladimir Tkackenko que, amén de 30 puntos en la final, se metió la criaturita en un desayuno 20 huevos fritos y 10 yogures, según relataba un atónito Quino Salvo. El título cayó del lado yugoslavo, cuyo mejor jugador, MVP, un tal Vukosavljevic, no llegó a nada en el futuro. España se colgaba el bronce, Juanma Iturriaga apuntaba muchísimo y se postuló en el cinco ideal. Epi crecía con paso firme y aguantaba los vaciles de sus compañeros en los baños en la playa. La primavera siguiente, en el torneo de Manheim un marciano, Magic Johnson, les mostraba otro deporte. Contra España sólo podía la inalcanzable Estados Unidos y Epi se subía al tren de los buenos (164 puntos en 7 partidos). En el verano se las vería con el mejor jugador blanco que hay conocido este planeta, Larry Bird, en la Universiada de Sofía. Y llegó el año 78 y el torneo que lo cambió todo: el Europeo de Roseto, donde Epi y una histórica generación del 59 (Itu, Romay, Llorente, Fernando Arcega, Indio Díaz,…), explotó. Ganaron de 1 a Yugoslavia en semis, pero las torres rusas, con 6 tíos entonces por encima de 2 metros, oscurecieron el paisaje y España claudicó en la final (100-104). Epi se salió: 34 y 38 puntos en los dos últimos enfrentamientos del Europeo, 27 tantos de media y nominación para el quinteto ideal.
Tan lejos

La historia de Sibilio trae sabor caribeño y su puntito de intriga en los comienzos. Nacido en Haina, un pueblecito situado a 17 km de Santo Domingo, era el menor de 7 hermanos. Tomó contacto con el basket, pero pronto lo dejó por “considerarlo un deporte de nenas”. Al muchacho, lo que de verdad le gustaba era el deporte rey, el beisbol, pero tras probar con el bate vuelve a la canasta. Abel Feisal, seleccionador juvenil dominicano que había jugado en el Sant Josep badalonés, lo ve jugar, se fija en su físico liviano, en sus largos brazos pendulares, en su extraordinaria capacidad de salto y lo capta para el combinado nacional. Entrena como un negro durante 3 sesiones diarias y progresa tanto que un año después (noviembre del 74) alcanza el título centroameriacano juvenil, donde es nombrado mejor jugador (fue el máximo encestador y reboteador). Los técnicos azulgranas, alertados por los positivos informes dominicanos que reciben de Feisal, Leandro De la Cruz y Humberto Rodríguez, le siguen la pista. En la pretemporada de 1975, la selección dominicana absoluta participa en el Torneo de Hospitalet; Chicho, con apenas 16 años, deslumbra y Zeravica recomienda encarecidamente su fichaje junto al de Hugo Cabrera (éste más adelante llegaría a probar con los Knicks). Regresa a su país. Algunas de las mejores universidades americanas han puesto sus ojos en él, pero recibe la negativa materna. El Barsa mientras se mueve entre bastidores: se queda con su documentación, lo matricula en el Colegio Alpe y convence a Humberto Rodríguez para que medie con sus padres. Se llega a un acuerdo y a finales de febrero del 76 Chicho llega a España, para instalarse en casa del padre de Chus Rodríguez, jugador del Pineda. Allí ya vivía el que fue su compañero del alma, Juan De la Cruz. Con la competición tan avanzada la Federación Catalana se negó a tramitarle la ficha, así que sólo puede entrenar con el junior, probarse en algún amistoso con el primer equipo y jugar en el Colegio Alpe, con el que obtendría el Campeonato del Mundo Escolar en Granollers ante los norteamericanos del Pasadena. Lo pasa mal, los trámites se complican, pero el Barsa realiza una maniobra maquiavélica y dos semanas antes de que se reuniera la Asamblea de clubs que iba a ampliar la barrera a 3 años de residencia para nuevas nacionalizaciones, obtiene casi por encantamiento la de Chicho. Era el 16 de junio de 1977. Para evitar polémicas, al chico le prohíben hacer declaraciones a los medios de comunicación. Un día más tarde debuta en Magariños, Estudiantes impugna las semifinales coperas, pero su queja cae en saco roto. Acusa los nervios, pero anota 10 puntos.

En la final del Campeonato de España Junior en Huelva ante el Madrid (de Iturriaga, Llorente o Romay) había anotado 41 puntos. Los azulgranas se impusieron 88-86 en una de los torneos de mayor nivel que se recuerdan.

Con los papeles en regla, pudo disputar la final de la Copa del Rey ante el Real Madrid en Palma de Mallorca. Había sido un año tumultuoso para los catalanes que a mitad de campaña arguyeron “motivos personales (la enfermedad de su esposa)” para destituir temporalmente a Todor Lazic y colocar en el banquillo a Eduardo Portela. El primero “recuperó” el cargo, pero fue una figura decorativa en la final, pues de facto al equipo lo dirigió el segundo. El Barsa acusó en demasía la ausencia de Guyette (que había el máximo anotador liguero), Sibilio se presentó a lo grande (25 puntos), Brabender estuvo imperial (33 puntos) y Lolo Sainz obtuvo su primer doblete con los blancos.

 

Allá donde se cruzan los caminos… pongamos que hablo del Palau

La temporada 77-78 trajo un montón de novedades al baloncesto español y a la sección de baloncesto del F.C. Barcelona. Por lo pronto, Eduardo Kucharski se incorporó como nuevo técnico de la mano de Dani Fernández que había salido por la puerta de atrás del Joventut. Causaron baja Herminio San Epifanio, Goyo Estrada y Carmichael y promocionaron de la cantera los talentosos Solozabal, Práxedes y Sibilio (en su temporada debutante hizo 577 puntos, el 5º de la Liga, en una clasificación que lideró el gran Essie Hollis con 862 puntos a una media sideral de 39,18 por tarde). Los grandes se repartieron los títulos: Moka Slavnic desparramó su magia a lo largo de la Liga que ganó la Penya, el Madrid alcanzó su sexta Copa de Europa conducido por la mano de Carmelo Cabrera y el Barsa se llevó la Copa del Rey en el encuentro probablemente más importante en la historia de la sección. En ese partido se jugó su porvenir.

El 6 de mayo resultó elegido por la masa social azulgrana José Luis Nuñez como nuevo presidente del Barcelona. Harto de sinsabores y poco aficionado al mundo de la canasta, había insinuado a sus más íntimos la posibilidad de suprimir el basket. El tercer puesto liguero no le había congratulado, con lo que el partido del 4 de junio en Zaragoza podría constituir un matchball para el futuro de la sección, un todo o nada. Previamente se guardó un minuto de silencio por el fallecimiento de Santiago Bernabéu dos días antes (lo que condujo a la salida del club a petición propia de su fiel Raimundo Saporta).Orilladas las polémicas con Víctor Escorial y Estrada, Kucharski había abierto la puerta a los jóvenes. A la cita llega Chicho en plena forma, en cuartos hace 34 y 33 puntos ante el Pineda, en semifinales 35 y 33 al Estudiantes. Miguel López Abril dio un curso de dirección, Sibilio (28) y Guyette (33) flagelaron en la zona a los merengues y en la segunda parte la entrada del junior Juan Antonio San Epifanio devino providencial. Tras la victoria, Nuñez y Mussons bajaron a posar en la foto de rigor con su primer trofeo como dirigentes culés. Epi por su parte se abrazó emocionado a su padre y a su hermano Herminio a pie de pista. El inicio de una era, la puesta en escena del duetto de aleros más letal del baloncesto europeo de la década siguiente. Los ochenta son nuestros, podrían haber profetizado sin equivocarse. El Barsa sería “El Rey de Copas” al ganar 6 ediciones consecutivas entre las temporadas 1978 a 1983 con actuaciones sublimes en las finales de nuestros protagonistas con 38, 22, 27 ,28 y 19 puntos de Sibilio y 26, 22, 28, 16 y 30 puntos de Epi.

 

Villano en su país

Concluida la temporada, en junio de 1978 Chicho regresaba a su patria para disputar el Torneo Centroamericano. Minutos antes del primer partido llega un telegrama del señor Stankovic de la FIBA en que le deniega la licencia para jugar. La República Dominicana se proclamó campeona por delante de Puerto Rico, Méjico y la local Panamá, obteniendo por añadidura el pase para el Mundial de Filipinas. El lío fue tal que a varios dirigentes y entrenadores federativos caribeños les costó el puesto acusados de componenda con la entidad barcelonista. Chicho estalló en su vuelta a España y desde el club paliaron el cabreo con un aumento de medio millón de pesetas en su sueldo.

 

Olímpicos

El dúo de moda se había asentado e infundía un temor casi reverencial a sus contrarios. Tras su etapa exitosa en Badalona, Antonio Serra había arribado al Barsa. Consciente del potencial en las alas había armado los equipos y diseñado los sistemas para el mortífero tiro de Zipi y Zape. El juego de Epi carecía de artificio, en pocas ocasiones invocaba a la imaginación, era pura eficacia, absoluta concentración; Sibilio “pintaba” cuadros impresionistas, de su paleta salían magníficos brochazos que emborronaban las canastas enemigas. Sólo Perico Ansa daba ciertos descansos a la singular pareja cuya principal función era anotar, anotar y anotar. En un día inspirado la metían desde la fila 7 del Palau.

Tras el descalabro de Hamilton y el descenso a la segunda división, Antonio Díaz Miguel había incorporado 7 caras nuevas para el Pre-europeo de Grecia 79. España se clasifica y Epi da la cara desde el principio: anota 108 puntos (2º del equipo tras su ídolo Wayne Brabender, del que luego se haría íntimo y con el que compartiría afición por el ajedrez), siendo además el máximo reboteador del equipo. Un tiro libre suyo ante los anfitriones da acceso al Europeo de Turín. La semilla de la generación del 59 había comenzado a germinar. En Italia, en un partido heroico se venció a la infranqueable URSS (que concluiría campeona) con 24 puntos de Epi, una defensa por delante (que habría que patentar) del “Lagarto” De la Cruz a Tkachenko (MVP) y una exhibición desde la cabeza de la bombilla de Luis Miguel Santillana. Una canasta fuera de tiempo de Villalta alejó a la selección de las medallas, pero el sexto puesto marcó un futuro esperanzador.

En Suiza se consiguió in extremis la clasificación para los Juegos Olímpicos del 80, al ganar a Israel y que Checoslovaquia hiciera lo propio con Francia. La empresa tuvo su mérito, pues se acudió con apenas dos pivots en condiciones (Romay y De la Cruz), Rullán estaba lesionado, Santillana salía de una hepatitis, Sibilio todavía no gozaba de la nacionalidad para jugar con España e Iturriaga se encontraba de exámenes. En Moscú, España desfilaría bajo la bandera olímpica. Al boicot de Estados Unidos (lástima porque preparaban una selección de postín con jugadores de la talla de Mark Aguirre, Rolando Blackman, Sam Bowie o Isiah Thomas) y Canadá, se sumaron entre otras las bajas de Francia, Israel y Alemania. Sibilio obtuvo finalmente la nacionalización, España se fue de gira preparatoria por las universidades americanas y a Epi, que estaba cumpliendo el servicio militar, se le denegó el permiso para acudir a los Juegos, por lo que Díaz Miguel pensó en llamar a Alfonso Del Corral. Saporta se manejaba entre bambalinas en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Días antes del comienzo de los Juegos envió un telegrama y se presentó con el jugador en su último gran servicio al baloncesto hispano. España realizó un buen torneo y se aupó a la élite. Se deshizo de Polonia y Senegal, perdió de 4 ante la Yugoslavia que resultó campeona, ganó a Brasil con 33 puntos de Chicho y tuvo que llegar a la prórroga para hacerse con un triunfo agónico ante Cuba. El último partido del grupo ante Italia (que se saldó con derrota) resultaba intrascendente, pues su destino era la lucha por el bronce. Ahí pagó los platos rotos ante una URSS que había fracasado en sus Juegos y que no podía perder. Al pobre Sergei Belov que había encendido la llama del pebetero, le degradaron. A pesar de no anotar un solo punto frente a los rusos, Chicho Sibilio quedó en el quinto lugar en la tabla de anotadores.

El año 81 estuvo plagado de compromisos para la pareja. Con el Barsa de Serra obtuvieron el primer doblete (Liga y Copa), pero se quedaron con las ganas en Europa. Un Squibb más hecho, sabiamente dirigido por Valerio Bianchini, le birla la opción de ganar su primera Recopa. Con el partido igualado el francés Mainini anula por pasos una canasta de Juan De la Cruz con tiro adicional. Marzorati hace dos canastas clave y pone por delante a los italianos. Sibilio anota su único punto a un minuto del final. Tras una canasta de Flowers, el marcador (82-86) ya no se movería y el título recalaría en Cantú, pese al gran partido de Epi (28 puntos) y De la Cruz (19). En el Europeo de Checoslovaquia debuta Fernando Martín con la selección. En la lucha por el bronce, los anfitriones Brabenec (28 puntos) y Kropilac (25) capan la posibilidad de medalla.

 

¡Qué noche la de aquel año!

Mundial de Colombia. Madrugada del 18 de agosto de 1982. Partido 250 de Antonio Díaz Miguel al frente de la selección. La expedición, por consejo del marchador Jordi Llompart, había llegado a Bogotá 10 días antes del comienzo del torneo para aclimatarse a la altura. 20.000 personas abarrotaban El Campín de Bogota para presenciar el encuentro entre España y Estados Unidos. La voz emocionada de Juan Manuel Gozalo trajo a través de las ondas de Radio Nacional la hazaña hispana. Corbalán bordó la dirección, la salida del contraataque y además anotó (19), Epi (26) y Chicho (21) ejercieron de puñales, Romay resultó un muro y Fernando Martín iniciaba su leyenda (26). España hizo el partido perfecto para derrotar por primera vez en su historia a los inventores de este deporte. El combinado americano no perdería ningún encuentro más hasta la final de la competición en que “Doc” Rivers dispuso de una última bola para alcanzar el oro. Su tiro no entró. A España, Yugoslavia la sacaría del tercer puesto del cajón, pero la medalla estaba al caer. Chicho y Epi habían completado un campeonato de ensueño con casi 18 puntos por barba.

 

El mejor torneo con la selección

El Barsa había ganado la Liga al Madrid de Delibasic en un partido de desempate celebrado en Oviedo que había provocado un postrero palmeo de Santillana en el Palau y la Copa al inolvidable Inmobanco en Pamplona con 30 puntos de Epi y 19 de Chicho. En el Europeo de Nantes 83 España desarrolla probablemente el mejor campeonato a las órdenes de Díaz Miguel. Se sobrepuso al varapalo inicial cuando un error en el pase de Juanito Corbalán (que a la postre sería mejor jugador del torneo) trajo la intercepción de Villalta (con pasos), la canasta de Marzorati en el último segundo y la derrota. El día siguiente esperaba el coco yugoslavo, al que nunca se le había ganado, pero esta vez tocaba. Andrés Jiménez puso el 91-90 y los posteriores lanzamientos de Vilfan y Radovanovic no llegaron a entrar. Se sufrió ante los locales (75-73) y Suecia (81-76) y a Grecia se le dio una buena tunda. El 1 de junio pasó a la historia de nuestro deporte: España se impuso 95-94 a la potentísima URSS de Sabonis (que se había cargado dos tableros durante la competición) en semifinales. Epi dio el tiro de gracia con su característico lanzamiento lateral para redondear una actuación imperial de los aleros (Sibilio 26, Epi 25). La final supuso otro hito, pues al coincidir con la de la Copa del Rey de fútbol (nada menos que un Madrid-Barsa) se consiguió aplazar el comienzo de ésta un par de horas (inaudito). Italia se nos hizo bola. La defensa azzurri maniató la plasticidad y creatividad hispana. Una plata para recordar y un quinteto de ensueño: Corbalán, Gallis, Epi, Sabonis y Meneghin. Éste le dio al base el único beso que recibió de un hombre en una cancha de baloncesto en su vida, para susurrarle al oído: “Juanito en Los Ángeles tenemos que ser medalla”. Chicho sería nominado en el segundo quinteto del torneo.

A su vuelta, Nuñez prepara a Epi el “contrato de su vida”: 100 millones de pesetas por 8 años. A la larga, el boom del basket y la evolución de los salarios, demostró que su extensión había sido un error, si bien el presidente siempre se portó bien y fue adecuando las cifras a los tiempos. Indirectamente sí tomó una sabia decisión, pues desde ese momento olvidó los cantos de sirena que le llegaban de la NBA. “Prefiero ser cabeza de ratón a cola de león”, declararía. Efectivamente aquel no era su mundo.

 

La mayor decepción

En la primavera del 84, el Barcelona se plantaba en su primera final de Copa de Europa. El rival, el Banco di Roma de aquel entrenador, con aire de profesor universitario, que le había sisado la Recopa en el 81. Después de sus éxitos en Cantú, a Bianchini le habían encargado un proyecto maravilloso: poner a la “Ciudad Eterna” en el mapa del baloncesto continental. Su intento por fichar al base de moda, Roberto Brumanonti, había resultado una efémerides; los mil doscientos millones de liras (120 millones de pesetas de la época) constituían una atrocidad. Así que marchó a Monroe (Luisiana) en busca de un playmaker de tronío y lo encontró en un Larry Wright, base reserva de los Bullets campeones del 78. Cuando le vio manejarse en un playground sabía que era su hombre. Con él había ganado la Liga del 83 al Milán de Peterson y con él se impuso en Ginebra al Barsa. Poco antes del descanso Mike Davis cometió una cuarta falsa personal que se demostraría decisiva, pero los azulgranas se fueron a la caseta con una cómoda diferencia de 10 puntos. En la reanudación el panorama cambió, Wright se puso a los mandos (terminó con 27 puntos y 4 asistencias) y los 2 metros pelados de Clarence Kea le sirvieron para candar la pintura (9 puntos y 9 rebotes) y dar la vuelta al tanteo (73-79). Si Epi brilló con 31 puntos (en una serie de lanzamiento excepcional con 12 de 18 tiros convertidos y 7 de 9 tiros libres), todos los dedos acusadores apuntaron a Chicho, al que Serra defendió “sin él no hubiéramos llegado hasta aquí”. En el Barsa sigue pesando esa final. Si se hubiera ganado habrían venido muchas más detrás, piensan muchos.

 

La plata olímpica
La primera Liga ACB había dejado un sabor amargo. No llegó a concluir en la cancha. En el segundo choque en el antiguo Pabellón blanco se enzarzan Iturriaga y Mike Davis, y Fernando Martín toma partido en la colosal pelea. Los tres son expulsados y el Barsa gana el encuentro en la prórroga. El Comité de Competición sólo sanciona a los dos primeros y la junta directiva azulgrana decide que el equipo no comparezca al tercer y definitivo partido en el coliseo merengue. Craso error. El Madrid encadena tres Ligas seguidas.

Con este panorama se encontró Antonio Díaz Miguel cuando concentró al equipo. Restañó recientes heridas y España realizó un Preolímpico de fábula (ante Francia Epi llevaba 29 puntos al descanso sin errores en el tiro y frente a Grecia su concurso, con 31 puntos, devino fundamental en la victoria por la mínima) con una sola derrota en la final ante los rusos. Chicho prefiere descansar y jugar la liga de su país (y así ganar un dinerito) en lugar de acudir a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles.

Para descargar tensiones, el grupo asistió a un concierto de Julio Iglesias en Hollywood dos días antes de la ceremonia de apertura. El primer partido marca el desarrollo del torneo y España se agarra a Epi (20) y Fernando Martín (27) para vencer a Canadá (83-82). Uruguay, Francia y China también son víctimas propiciatorias hasta que en la segunda parte la USA de Bobby Knight, Pat Ewing y Michael Jordan pone las cosas en su sitio. Se sufre en cuartos ante Australia (101-93), Epi y FM hacen 25 cada uno, y en semifinales ante Yugoslavia surgen Romay, Llorente y “Matraco” Margall (16 puntos) y una zona 2-1-2 para voltear el marcador. “Coach después del infierno que hemos pasado en las últimas semanas, de ninguna manera vamos a perder este partido”, anotaría Michael Jordan en la pizarra del vestuario. Palabra de Dios. El resultado (65-96) no deja lugar a dudas. Epi recibiría de Alvin Robertson, luego mejor defensor de la NBA, el marcaje más completo de su vida. Apenas le dejó moverse (4 puntos). La retransmisión sería el colofón televisivo del gran Héctor Quiroga, que tres semanas más tarde fallecería víctima de un cáncer.

Ése fue el cénit de aquella selección que había creado Díaz Miguel de juego alegre, defensa agresiva y contraataque, transiciones supersónicas, tiros abiertos y equilibrio interior. Un gusto de ver, una marca propia que a partir de ese momento se fue difuminando. La cima dio vértigo y se comenzaron a afrontar las grandes competiciones con los miedos pretéritos, pensando más en los rivales que en los talentos propios. Se manifestaron fantasmas inesperados y equipos inferiores de clase media como Checoslovaquia, Brasil, Alemania o Australia nos mandaron a casa. Corbalán se retiró y Díaz Miguel no definió los galones de su sucesión, que sin duda deberían haber recaído en Nacho Solozábal (amén de las grandes prestaciones de Llorente, Costa, Creus o Vicente Gil). Se aparcó incomprensiblemente a Chicho Sibilio. Fernando Martín nos hizo soñar con su aventura americana, pero las normas FIBA prohibían la participación de los “pross” con su selección. La mala suerte se cebó con las lesiones de los jugadores grandes (Romay, Antonio Martín, Morales, Ferrán) y el tercer extranjero limitó las posibilidades de los jóvenes. Muchas razones que echó por tierra una nueva generación de inmenso talento, la del 80, que recuperó la autoestima, viejos hábitos competitivos y un hambre voraz de títulos.

 

Y luego…

Desde L.A. nuestros personajes todavía anduvieron camino. Europa les fue propicia en las competiciones de pedrea – 2 Recopas ante Zalguiris (Sibilio por fin se quitó el Sambenito que se le había colgado en las grandes finales y después de anotar 29 puntos lloraba a lágrima viva sobre el parquet) y Scavolini, y una Korac frente al Limoges-, pero les vedó para siempre la Copa de Europa. A finales de los ochenta irrumpieron unos imberbes y espigados chicos croatas que jugaban para la Jugoplastica y que durante un trienio se hicieron los amos del Viejo Continente. Los Kukoc, Radja y compañía mostraron un futuro nuevo en los albores del siglo XXI. En la competición doméstica, la defensa y las rotaciones impuestas por Aíto trajeron multitud de títulos. Andrés Jiménez, Nacho Solozábal, Juanito De la Cruz, Audie Norris… qué grandes, llenaron las vitrinas del Palau.

Chicho después de sus discrepancias con Aíto en la Final Four de Munich salió por la puerta falsa del club en dirección a Vitoria, allí contribuyó durante 4 años en la génesis de un Baskonia, que se haría muy grande y que se constituiría en ejemplo y referencia continental.

Días después de los sucesos comentados de Munich, Epi protagonizó en primera persona “La Liga de Petrovic”. En el 5º partido en el Palau, harto de los reprobables comportamientos habituales del genio croata, vendió su alma al diablo y dejó por una noche de ser “Super” (el acertado apodo que en su día le puso el periodista Joan Cerdá y que llevó a gala siempre). Sus feos gestos alentaron a la grada y desestabilizaron a los jugadores del Madrid enloquecidos por el arbitraje de Neyro (que en los 3 partidos que pitó cobró 154 personales -41 en el encuentro final- y 18 eliminaciones a los blancos, por 103 faltas -19 en el último- y 4 eliminaciones azulgranas). Quizá el colegiado no había olvidado el escupitazo que tres años antes le había lanzado el de Sibenik en el Torneo de Puerto Real. Sea como fuere, el Madrid, con Rodgers tocado y Fernando Martín lesionado, dilapidó la ventaja de la primera mitad y se salió del partido. El Barsa ganó el título y Epi pidió perdón en el vestuario por su conducta.

Epi ganó una medalla de bronce más con la selección en el Europeo de Roma, pero vivió amargamente el “angolazo” de Barcelona 92 y el “chinazo” de Toronto. Ahora, nadie le quita el honor de entrar en el Estadio Olímpico de Montjuic como último relevista de la antorcha en unos Juegos que serían inolvidables.

A estas alturas siempre habrá algún corto de miras que señale malévolamente que a su currículum les faltó la Copa de Europa… Es cierto, pero allá cada uno. A mí me da igual. Con dos personajes de tal calibre, nunca sabes quién ha hecho más, si ellos por el baloncesto o el deporte por ellos.

 

Por Juan Pablo Bravo@juanpabravo
Autor colaborador JGBasket

Foto:  www.fcbarcelona.es

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