Objetivo cumplido. La selección española se clasificó, a falta de dos partidos, para el Mundial de China del próximo verano. No fue fácil. Desde el primer momento ya se sabía que no iba a ser un camino de rosas. Un equipo totalmente nuevo, con jugadores de calidad, pero que, muy probablemente, si hubiesen estado los primeros espadas, nunca hubiesen tenido un hueco en el combinado nacional.
Todos los que han vestido la camiseta española, desde noviembre de 2017 en las ventanas FIBA, se merecen un sobresaliente por su predisposición, su entrega, su solidaridad y, por supuesto, por la clasificación, a pesar de saber que, la gran mayoría, no disputarán el campeonato para el que han conseguido el billete. El próximo verano, Scariolo contará con los jugadores NBA y Euroliga, pero mal haría olvidándose de algunos jugadores como Quino Colom, Jaime Fernández, Sebas Saiz, Javi Beirán o Darío Brizuela.
A la selección le valía una victoria y costó conseguirla. El primer envite en Turquía era una auténtica batalla, no solo por el ambiente, que allí siempre está caldeado, sino también por la presencia de cinco jugadores turcos que compiten en Euroliga. La selección es lo primero en Turquía y Anadolu, Fernerbahçe y Darussafaka liberaron a Dogus Balbay, Sertaç Sanli, Metecan Birsen, Sinan Guler y Oguz Savas para estos encuentros vitales para los otomanos.
El choque se decantó del lado local en los instantes finales, tras una remontada española en el último cuarto gracias a una defensa zonal y a la inspiración de Brizuela. Como no podía ser de otra manera, Erden –16 puntos y 14 rebotes–, confirmando la superioridad interior turca, anotó la canasta decisiva antes de que los árbitros tomasen una decisión dudosa y, por supuesto, casera que ponía el punto y final al duelo.
Se había perdido la primera oportunidad, pero si algo han demostrado estos jugadores es que hay que confiar en ellos. El rival, Ucrania, era el único que había conseguido batir a los españoles en los primeros ocho partidos. Era un partido importante y la tensión se notaba. España no era capaz de circular con claridad el balón y las acciones ofensivas se decidían por individualidades.
Se llegaban a los minutos decisivos con Bobrov, el alero de Gipuzkoa Basket, inspirado y todo podía pasar. Un triple de Pablo Aguilar (70-62) parecía poner el colofón al duelo, pero los ucranianos no se iban a rendir tan fácil y eso que España lo tenía todo de cara, con cuatro puntos arriba y posesión a falta de veintiocho segundos, pero Sebas Saiz perdió el balón y cometió una falta antideportiva que volvía a meter el miedo en el cuerpo a los de Scariolo. Lypovyy anotó los dos tiros libres y dejaba a los ucranianos la opción de empatar o llevarse el choque en la última acción. Tocaba sufrir y Herun falló el triple. El balón rebotó y calló en manos de Nacho Llovet, que certificó, desde el tiro libre, la presencia española en el Mundial. Un sufrimiento que tuvo una gran recompensa.
Por Víctor Escandón Prada
Periodista deportivo y entrenador superior de baloncesto
Gabinete comunicación JGBasket
Foto: FIBA Europe