Discreto, retraído, temeroso… así se mostraba Kawhi Leonard, la estrella de las Finales de la NBA, instantes antes de que fuese elegido MVP. Si por él hubiese sido, habría preferido que esa distinción se la llevase otro compañero para no tener que acaparar todos los focos. Tim Duncan era consciente de ello y ya avisaba a los periodistas en la sala de prensa: “Si no nos habla a nosotros, no pretendáis que lo haga delante vuestro”.

La paradoja personalizada. Toda la timidez que despliega fuera de las canchas se convierte en garra, trabajo y sacrificio por el bien del equipo dentro de ella. Son muchos los halagos que ha recibido en los últimos días, pero atribuirle el físico de LeBron y el carácter de Duncan no tiene parangón. No sólo ha conseguido desactivar a King James –aunque es tan exigente que no cree que le haya defendido tan bien– sino que ha sido un verdadero quebradero de cabeza para la defensa de Miami (18 puntos y 6.4 rebotes por partido). Su secreto, ver entrenar a Tim Duncan que “me inspira y me hace trabajar mejor”.

Su carácter introvertido no es fruto de la casualidad. A los 16 años recibió el golpe más duro de su vida, su padre fue asesinado por un disparo mientras trabajaba en su propio lavadero de coches. No hubo culpable y el caso no se pudo cerrar. El destino quiso que seis años después, justamente en el día del padre, Kawhi –nombre elegido por sonar a hawaiano– ganase el título de la NBA y su primer MVP y visto lo visto puede no ser el último. Su progenitor le enseñó a trabajar duro y aunque reconoció que ya había pasado mucho tiempo y que no había pensado en él mientras jugaba, sabe que “se sentiría muy orgulloso”.

Popovich le hizo formar parte del engranaje Spurs y aunque ahora le elogia por su madurez, humildad y trabajo, su opinión no era la misma cuando fue elegido en el número 15 del draft. Al entrenador de moda de la NBA no le hizo ninguna gracia que San Antonio cambiase a George Hill por la posición del draft en la que eligieron a Kawhi. Una situación complicada para el joven Leonard que, parco en palabras, entregó una carta al cuerpo técnico comprometiéndose a trabajar, trabajar y trabajar. Y vaya si lo ha cumplido. En estos tres años ha dado pasitos cortos, pero seguros hacia su eclosión final.

Su portentoso físico, sus interminables manos (29 centímetros de pulgar a meñique) y la confianza en sí mismo le han ayudado a desplegar su juego. En defensa, resulta un suplicio superarle y todos los balones divididos tienen su nombre. Sus virtudes corporales también las aprovecha en ataque. Una vez que encara el aro es muy difícil pararle y más si tenemos en cuenta que ha ampliado su abanico de recursos ofensivo, sus eternas sesiones de entrenamiento para mejorar su tiro han dado sus frutos (61% en tiros durante la final).

No es la estrella de los Spurs y lo sabe, pero también sabe que lo será. Sin ir más lejos, su entrenador reconoció que había marcado ni una sola jugada para él. Se siente satisfecho por lo que ha conseguido, pero reconoce que “todo esto es surrealista porque tengo un gran equipo detrás y soy mejor gracias a ellos”. El haber sido, a sus 22 años, el segundo jugador más joven de la historia en recibir el MVP de las Finales, por detrás, nada más y nada menos, de Magic Johnson son palabras mayores. Ya los ahí que, incluso, le comparan con Scottie Pippen.

El futuro es suyo y los aficionados de San Antonio disfrutan pensando que cuando se vayan Duncan, Parker y Ginóbili, tendrán en Kawhi Leonard su referente. La gran duda es saber si su espectacular temporada le servirá para vestir, por primera vez, la camiseta de Estados Unidos en el Mundial de España. Si no lo hace, seguro que se pasará el verano entrenando, silenciosamente, para seguir creciendo como jugador.

 

Por Víctor Escandón Prada
Periodista deportivo y entrenador superior de baloncesto
Analista NBA para JGBasket

 

 

 

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