Con la llegada de este tramo de la temporada, es el momento de las finales y de que se decida el equipo ganador en cada categoría. Una fase decisiva que se convierte en un arma de doble filo, ya que son muchos los jugadores que, en vez de disfrutar de la oportunidad, se sienten presionados, no solo por la situación de estar ahí, sino por la presión adicional que les meten los adultos.
No es grato ver como finales a cuatro de minibasket tienen un ambiente similar al que se vivió en Belgrado en el choque por la Euroliga entre el Real Madrid y el Fenerbahçe. Con padres que, en ocasiones, no han seguido las andanzas de sus hijos en todo el año, pero que cuando ven que pueden aspirar a ser campeones, se vuelcan con ellos con unos comportamientos que, a veces, dejan mucho que desear, convirtiéndose en “hooligans”. Bombos, trompetas y gritos que más que animar provocan el efecto contrario, viendo a jugadores muy nerviosos y presionados a los que no les salen las cosas porque están atenazados.
¿A qué se debe esta actitud? Pues uno de los motivos principales es la falta de comunicación que existe entre los progenitores y los clubes o colegios sobre cómo comportarse y afearles, si es necesario, su comportamiento a lo largo de la temporada y no dejarlo pasar, ya que si no se ataja de raíz, puede ir agravándose en los momentos decisivos del año. Además, los padres tienen que saber dónde está jugando su hijo y los objetivos que tienen en su club, ya que no todo es ganar, sino que, en la mayoría de los casos, lo que se busca es que los niños se divierten y educarles una serie de valores. A partir de ahí, los resultados pueden llegar o no, pero no son el objetivo principal.
El problema llega cuando las actitudes de los padres son opuestas y dificultan la labor de los entrenadores. Desgraciadamente, uno de los valores más importantes y que se está perdiendo es el respeto. Duele ver como hay padres que protestan al árbitro, se meten con el rival o critican las decisiones del entrenador de su hijo o de los compañeros. Unas actitudes que si se prolongan en el tiempo, los niños pueden ver normales, aceptándolas y adoptándolas.
Es cierto que es una situación muy difícil de erradicar y que depende de todos. En primer lugar del club o colegio, que debe dejar claro a cada familia cuáles son los objetivos y valores que se pretenden transmitir. Es bueno que tengan un reglamento de régimen interno para que, en caso de que se produzca algún percance, tengan un documento donde apoyarse para castigar a los padres.
En segundo lugar, el entrenador que tiene que tratar de atajar estos comportamientos, pero, en muchos casos, son entrenadores jóvenes, sin experiencia, a los que les cuesta dirigirse a los padres para evitar estas actitudes. Por último, las federaciones autonómicas también tienen que tomar cartas en el asunto, llegando a sancionar si es necesario a los clubes.
Por desgracia, aunque no hay que dramatizar, cada vez son más frecuentes este tipo de comportamientos y resultan muy llamativos cuando se producen. Por eso, entre todos tenemos que tratar de atajarlos y conseguir que el baloncesto sea un deporte sano y respetuoso.
Por Víctor Escandón Prada
Periodista deportivo y entrenador superior de baloncesto
Gabinete comunicación JGBasket
Publicada el: 27 May de 2018 @ 22:25