Ya lo anunciaban los estadounidenses cada vez que tenían oportunidad: “Hemos venido a ganar el oro y nos da igual el rival”. La cuestión es que no han tenido rival. Se plantaron en la final sin despeinarse y ante Serbia demostraron que estaban enchufados. Los primeros cinco minutos fueron un espejismo, Teodosic mandaba y los de Djordjevic dominaban el marcador por ocho puntos (7-15). Ahí se acabó el partido.

En un visto y no visto, Estados Unidos dio la vuelta al choque a base de triples. No hubo reacción por parte serbia. La ventaja aumentaba y aumentaba irremediablemente y al descanso ya habían anotado 67 puntos. Una auténtica barbaridad. Irving –MVP del campeonato– demostró por qué fue elegido número uno del draft y este año tendrá que confirmarlo en Cleveland, un equipo hecho para ganar el anillo con las llegadas de LeBron y Love.

Los pupilos de Krzyzewski, que se habían plantado en la final superando a sus rivales por una media de 32,5 puntos, fueron un vendaval ofensivo y acabaron el duelo con 129 puntos. El último cuarto se convirtió en un intercambio continuo de canastas y acciones espectaculares que, a falta de emoción, entretuvieron al público asistente.

Serbia hizo lo que pudo, pero la diferencia en el parqué era insalvable. Eso no resta ni un ápice al gran Mundial que han hecho los balcánicos. Una medalla de plata muy merecida para una selección que fue de menos a más en la competición y que, a pesar de no contar con estrellas de renombre, demostraron ser un equipo competitivo, consistente y bien dirigido desde el banquillo.

 

Por Víctor Escandón Prada
Periodista deportivo y entrenador superior de baloncesto
Analista Mundial 2014 para JGBasket

Foto: FIBA

 

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