Una historia verdadera, tan dura como real, tan brillante como estremecedora, la de una estrella en las canchas al que un día la vida le dio la espalda.

El día de Navidad Canal+ nos trajo un regalo muy particular. A los de una determinada edad nos transportó a los albores del baloncesto moderno, a los inicios de la ACB, y nos devolvió a uno de sus ídolos; a los más jóvenes les presentó a una leyenda de este deporte en nuestro país. A todos, nos situó ante una historia verdadera, tan dura como real, tan brillante como estremecedora, la de una estrella en las canchas al que un día la vida le dio la espalda.

Impactado, emocionado y eternamente agradecido por el maravilloso documental de Informe Robinson, como “yo también vi jugar a Nate Davis” pero me faltaron agallas en noviembre para coger el coche y plantarme en Ferrol, decidí husmear un poco en aquellos maravillosos años porque el niño que fui no olvida. Y esto es lo que he encontrado. Espero que les guste.

Carolina del Sur
Nathaniel Davis fue el mayor de cinco hermanos. Vino al mundo en Columbia, capital de Carolina del Sur, en el año 54 en un estado y en una época en que blancos y negros no comían en los mismos restaurantes, ni acudían a los mismos colegios ni siquiera ocupaban los mismos asientos en los autobuses. Su padre barnizaba pianos de cola y dirigía con mano firme la educación de sus hijos. A Nate le encantaba el fútbol americano, pero “afortunadamente” una lesión en la pierna (se la rompió) le llevó al baloncesto. Jugó en la escuela en Alcorn, en el instituto en Eau Clair (su camiseta con el nº 35 pende de lo más alto del nuevo pabellón) y en todos los parques de su ciudad. Más de una vez llegó más tarde de la hora fijada, se encontró la puerta cerrada y tuvo que pernoctar en casa de algún amigo. Sus dotes para la canasta le hicieron acreedor de una beca en la Universidad de South Carolina, en la que coincidiría con tres compañeros que luego harían carrera en la NBA: el finísimo Alex English (símbolo de los Nuggets de los 80), Mike Dunleavy y Brian Winters (All Star con los Bucks). Estos días ha confesado que durante la época consumía marihuana prácticamente a diario y que fue su esposa Annie la que le quitó de la cabeza el vicio. Cuatro años exitosos en los “Gamecocks” con el techo de cuartos, el Sweet 16 de la NCAA, y el 5º lugar de la década en la tabla de anotadores del centro académico no le valieron a Nate para atraer la atención de los focos profesionales. Los Bulls no le elegirían hasta el puesto 101 del draft y le cortaron en su campamento de verano. Pero había que comer, así que terminados sus estudios de Criminología aceptó el puesto de ayudante del sheriff. Durante 9 meses aparcó el baloncesto, trabajó la calle a tres turnos y salvó la vida de milagro cuando acudió a solucionar un incidente y la bala perdida de un borracho por poco le atina. Hasta que un buen día un representante belga le habló de la posibilidad de venir a España; Nate le conminó a contactar con su entrenador universitario, el célebre Frank McGuire, para pedir referencias y voló a la Península Ibérica.

Gasca y su Askatuak
José Antonio Gasca podía ser un excéntrico, un rebelde, una “mosca cojonera” para los grandes, pero se trataba lisa y llanamente de un genio, un visionario, un tío adelantado a su época, un entrenador que con gente de la casa había alcanzado la quinta y sexta plaza liguera a finales de los sesenta. Excepcional motivador, era Maquiavelo dirigiendo partidos. Después de su etapa francesa, regresó a San Sebastián para ascender al equipo de su ciudad a Primera. Suscrito a todas las revistas especializadas americanas, viajaba anualmente a Estados Unidos. De gran ojo a la hora de elegir al foráneo de turno, con Robota quedó campeón de Segunda y con Dave Russell encontró un tres todoterreno que colocó al Dico´s de Azpiazu, Pérez, Motos, Ubarrechea o Galdona en el quinto lugar. Lo vendió al Orthez y con la pasta que sacaron, rompió el molde: fichó a Essie Hollis. El “helicóptero” causó sensación desde el primer vuelo y, a pesar de la jubilación del gigantón Aspiazu, terminaron sextos. Como el gran Hollis soñaba con los profesionales su aventura en La Bella Easo apenas duró un año. Hallar un sustituto que ocupara su lugar en el imaginario de la gente parecía misión imposible. Gasca lo encontró: era Nate Davis. Al principio acusó la inactividad (las piernas le pesaban), pero al cabo de tres semanas de entrenos convenció de tal manera al selecto paladar del preparador que le firmó por dos años. Gasca, siempre indómito e insurgente, envió copia del contrato “profesional” de Davis a la FEB y a la FIBA, en demostración clara del profesionalismo por el que abogaba.

El equipo, con pocos cambios respecto a temporadas precedentes, lo componían chavales de la tierra que compatibilizaban su dedicación al basket con estudios o trabajo. Sólo ganaron tres partidos en el año, pero su atrevida puesta en escena era innegociable. Al Madrid le tutearon en un repleto Anoeta. Cuentan que entre bromas Davis le dijo a su defensor que no se encontraba bien y que probablemente haría el peor partido de su vida: 55 puntos le delataron. Claro que Iturriaga, de Bilbao él, no se arrugó e hizo 40 en la victoria blanca (95-102). Nate terminó el curso con el mejor promedio anotador de la Liga, a 32,5 puntos por noche (el máximo encestador fue Webb Williams con 735 puntos por los 724 de Nate), pero sus críticas a la labor del entrenador en la prensa local (luego se justificó con el típico malentendido con el idioma) le apartaron del equipo. Limó asperezas con Gasca y tras el descenso fue traspasado al Valladolid. En San Sebastián todavía reclaman la autoría de los primeros “alley opps” que se vieron en España.

Ancha es Castilla
Los de Pucela aprovecharon la salida del Madrid del “Globetrotter” Carmelo Cabrera para firmarlo y reunir una pareja de ensueño recordada 30 años después. El equipo terminó noveno a pesar de la dudosa química (disputas internas, cese a mitad de temporada del entrenador, Vicente Sanjuan) y la escasa dedicación defensiva (nadie encajó más puntos que ellos, 103 por partido). Davis deslumbró promediando 29,7 tantos (1º de la Liga por delante de Brabender y Mike Phillips), 9 rebotes (2º) y 2 tapones (3º). Su familia se asentó en la tranquila capital castellana y él se sintió mimado en la calle e idolatrado en la cancha.

Durante la temporada siguiente, 80-81, los bases (Cabrera y Seara) no terminaban de llevarse, pero el bloque se consolidó con los históricos Lafuente, Martín De Francisco, Llano, Puente y Toño Martín. Mario Pesquera aportó conocimiento y orden atrás y los resultaron llegaron (sextos). Davis recortó su media (“sólo” 26,2 puntos –cuarto de la competición-), con tres actuaciones por encima de los 40 puntos, dos victorias en los irrepetibles duelos frente al Areslux de Essie y un encuentro que ha entrado en los anales de la historia.

El partido de la mano rota
A comienzos de enero del 81 Davis se fracturó el cuarto metacarpiano de la mano izquierda en un entrenamiento. El próximo rival liguero era el OAR Ferrol y nadie de los que acudieron al Huerta del Rey ha podido borrar de su memoria ese encuentro. Nate hace la rueda y de salida se queda en el banquillo. Para amortiguar la baja los castellanos salen en defensa zonal, pero el canadiense Lars Hansen, que se iría a los 40 puntos, campa a sus anchas. En el minuto 8, con 14-26 en contra, Pesquera pregunta al lisiado y lo pone a jugar. Los gallegos se marchan al descanso con 22 puntos de ventaja (Hansen sólo ha errado 3 tiros en una serie descomunal de 13 de 16). En la reanudación apuestan por un quinteto bajito con dos bases y Lafuente y Martín De Francisco en la engorrosa tarea de limitar las prestaciones de Hansen, que a la postre sería máximo anotador del año. En los primeros dos minutos la diferencia se amplía hasta los 26 puntos (45-71). La presión morada reduce las distancias (87-92) en el 35. A dos minutos para la conclusión Davis pone por delante a los locales y la grada enloquece. Con empate a 98 canasta de Nate, que en el ataque siguiente asiste a Martin. La postrera canasta del ferrolano Suso Fernández deja el marcador en el definitivo 102-100 para el Miñón Valladolid. Invasión de la cancha (las fotos en blanco y negro con la mano vendada recogen el momento) y saludo del torero desde los medios. No era para menos: el Cid, siglos después, se había reencarnado en jugador de baloncesto en Valladolid. 27 puntos, 13 aciertos sobre 19 intentos, para ganar un partido imposible con una mano rota en 31 minutos legendarios.

Lo que pocos recuerdan es que en el siguiente partido, Davis repitió la hazaña a orillas del Pisuerga. El Miñón se impuso al Manresa 92-90. Evidentemente el hueso no había soldado y sólo pudo actuar 17 minutos en los que únicamente anotó 4 puntos, pero adivinen quién metió la canasta final… Después de aquello se tiró tres partidos sin jugar.

La temporada 81-82 supuso la última como violeta. Pepe Alonso sustituyó a Cabrera, Pera ocupó plaza como escolta y tomó la puerta de salida Goyo Estrada que no llegó a cuajar. El equipo de Pesquera cabalgó a paso firme y se instaló en la zona noble (quinto puesto). Davis se sostuvo en sus números (26,1 puntos), dejando algunas actuaciones excelsas: 48 puntos y 12 rebotes ante el Canarias en la victoria 98-100 y 50 puntos y 14 rebotes ante el CAI en el triunfo 112-100. En Valladolid los amantes del western se frotaron los ojos con el duelo anual en OK Corral: Nate Davis 40 versus Essie Hollis 43, pero el botín quedó en casa (Miñón 101-Areslux 93). En Tenerife, el desafío de otro cañonero, Scales se fue hasta los 45 puntos, no le valió al Naútico para ganar. Cuestionado Pesquera sobre si cambiaría al ídolo local por Davis (que se había quedado en 25), declaró que ni en broma. Concluyó su ciclo en la tierra del maestro Delibes, a dónde no regresó hasta octubre del 88 cuando Forum Valladolid y Clesa Ferrol le tributaron un merecido homenaje. La sala de trofeos del club lleva su nombre.

Camino de Santiago
A Nate no se le iba de la cabeza la NBA y realizó un último intento de entrar en profesionales en el verano del 82. Durante 5 meses se machacó con los Bullets de Washington, compartiendo vestuario con jugadores de la talla de Jeff Ruland, Ballard o Spencer Haywood. Llegó incluso a desenvolverse con soltura en el puesto de base, pero otra vez a última hora le cerraron las puertas. Douglas Benhoof, un amigo que residía en Valladolid, le llamó con la posibilidad de sustituir a “Chuck” Verderber que se había roto el tendón de Aquiles en la quinta jornada. Su estancia en la ciudad del Santo Patrón apenas duró un par de meses: 12 partidos a 26,2 puntos la noche. Debutó con derrota un 14 de noviembre en Manresa (20 puntos) y tardó en soltarse (en los siguientes 4 partidos se movió entre los 20 y 25 puntos) hasta que le cogió el aire (40 al Areslux, 39 al Coto de Aíto y 32 en su único triunfo ante su anterior equipo, el Miñón Valladolid). En el viejo pabellón del Sar, el día de Reyes Obradoiro se llevó un palizón del Real Madrid (70-125) y el público una jugada para contar a los nietos, un mate de Nate Davis colosal después de tirarse el balón contra el tablero. Que los árbitros anularan la acción por ilegal fue lo de menos. Sólo jugó dos encuentros más con los gallegos; en el penúltimo en casa le hizo 41 puntos a Basconia. Los problemas en los cobros le devolvieron a Estados Unidos.

Con muchos jugadores que ganaron el ascenso y una plantilla muy joven (Modrego, Lomas, Carlos Pérez, Alberto Abalde, Pagés, Alberto Corts, Orbea, Aldrey, Abel Amón y Pepe Rivera) dirigida por Todor Lazic (que tuvo que ser sustituido a mitad de año por Pepe Casal debido a un problema pulmonar), Obradoiro sólo obtuvo dos victorias, descendió y no retornó a la élite hasta 2009 para orgullo de su increíble afición.
Somos la leche
Juan Fernández, otro “loco” de este deporte, puso a su OAR (que regía desde 1960) en el mapa desde la esquina noroeste de la nación. En los ochenta, Ferrol sufría como pocas la reconversión naval y el azote del paro (en los últimos 25 años ha pasado de ser la tercera ciudad en población de Galicia a la séptima). Los astilleros se vinieron abajo y el baloncesto daba un respiro a las penas los domingos a la mañana. Atrás había quedado el antiguo Punta Arnela y riadas de gente bajaban de Canido a La Malata. Cinco mil personas la llenaban y el equipo tuteaba a los grandes. “Mico” Saldaña, Manolito Aller, Miguel Loureiro eran un símbolo para los suyos, su identidad. Nate Davis era algo más, el sueño de sentirse grandes por un rato, el anhelo de una aventura excepcional. Patrocinados por Clesa, un cántico se repitió hasta convertirse en eslogan: “Somos la leche”.

Con técnicos de prestigio, Jaime Ventura, Javier Casero, Tim Shea o Moncho Monsalve, el equipo hasta se asomaba a Europa. Jugadores importantes nacionales (Fede Ramiro, Ernesto Delgado o Toño Martín) se unieron al reto atlántico. El hispanoargentino Ricardo García echaba una mano por dentro a Bill Collins, un profesional como la copa de un pino.

Nate, Annie y sus dos hijos estaban encantados en el apacible entorno. Se le podía ver con frecuencia corretear por las playas de Valdoviño o machacarse en los montes cercanos. Disfrutaba de su rutina casera: compraba los periódicos americanos, hacía un poco de tiro en el pabellón, comía en casa y disfrutaba con su colección de videos de cine clásico. A la tarde a entrenar. Su felicidad se reflejaba en la cancha, sus dos primeros años se alzó con el trofeo de máximo anotador, con medias de 28,1 y 30 puntos. En la época, Nike entregaba la Bota de Oro al primer encestador nacional porque en su día Larry O´Neill había despreciado el trofeo al enterarse de que no estaba bañado en el precioso metal.

Algún aficionado todavía rememora el primer cruce de la Copa Korac: Racing Maes Pils Mechelen, se había impuesto en Malinas 81-72. En la vuelta, con la eliminatoria empatada, Clesa Ferrol ganaba 74-65, Nate Davis realiza un lanzamiento de tres puntos al poco de atravesar la línea de medio campo. Más de uno se lleva las manos a la cabeza, pero Nate es el primero que observa que el tiro no va y corre al rebote. En el último segundo palmea en el aire con la mano izquierda y convierte la canasta sobre la bocina. La apoteosis.

En el comienzo de su octava temporada en España el proyecto ferrolano se revelaba de lo más ambicioso con la solicitud de nacionalización de Nate Davis (simultáneamente desde otros puntos del país se gestionaron –y finalmente se consiguieron- las de Matt White –hace poco desaparecido en extrañas circunstancias- y del mormón Steve Trumbo, aquel reboteador excelso que llegaba a lanzar los tiros libres con los ojos cerrados). El equipo se confeccionó bajo esa premisa: se dejaron salir a Fede Ramiro y a Ernesto Delgado y se trajo un solo americano interior a la espera de la culminación del proceso. Comenzada la temporada, como ni John Martin primero ni luego Terry dieron consistencia por dentro, Moncho Monsalve tiró de contactos para traerse a una joven perla centroafriacana, Anicet Lavodrama. El chaval era un portento físico, pero se veía muy sólo en la zona. El proceso se encallaba y aumentaba el casillero de derrotas. En el último partido del año 85 visitaban Santa Coloma para enfrentarse al Licor 43. Terminando el encuentro Nate Davis cayó mal y se rompió la clavícula. Entonces no lo sabía, pero fue su último partido como jugador de baloncesto. Derrota 90-81 y 27 puntos (8 de 14 en lanzamientos de 2, 3 de 8 en triples, 2 tiros libres lanzados y convertidos, 4 rebotes y 1 tapón en 37 minutos). Dejaba la competición como máximo anotador con 412 puntos y 29,2 de promedio y un escalofriante porcentaje del 43% en triples. Cuentan que en el momento del accidente, OAR le tenía redactado un contrato que le hubiera resuelto la vida a razón de medio millón de dólares por 6 años y 100.000 dólares en mano. Otis Howard, aquel excelente jugador con el que ninguno de sus compañeros quería compartir habitación en los viajes (roncaba como un oso), dio la solvencia y el vigor en la pintura que el conjunto necesitaba y después de una temporada de vaivenes (incluidas las disputas entre Monsalve y Fernández) se salvó la categoría.
Aquel concurso de mates
Quiso la mala fortuna que la lesión de Davis evitara su participación en el primer concurso de mates organizado por la ACB en Don Benito. Lo llevaba preparando dos semanas. Minutos después de que David Russell saltara sobre el niño Gustavo para alucinar al respetable y hacerse con el certamen, Nate Davis entraba en el quirófano para operarse. Tiempo estimado de la rehabilitación, tres meses.

A pesar de las bajas de Davis y del elegante Claude Riley, la prueba resultó de altísimo nivel. A Russell (que además obtuvo el título de máximo anotador de aquella Liga) le siguieron el incombustible Wayne Robinson y Anicet Lavodrama, y nuestro “saltamontes” Carlos Montes y Willie Jones también dejaron posters para llenar habitaciones. ¿Qué hubiera pasado si Davis hubiera acudido? ¿Con qué se hubiera atrevido?
Missing

Tras la operación acudió de paisano a La Malata para ver ganar a sus compañeros 70-68 al Claret de Las Palmas. Marchó de vacaciones a Estados Unidos, pero jamás regresó. Desapareció. Annie no se encontraba bien y tras multitud de pruebas los médicos detectaron su dolencia: tenía SIDA. En el parto de su segundo hijo, Matthew, había perdido mucha sangre y necesitó transfusiones. Una de las muestras estaba contaminada. Nate empeñó su fortuna en sus cuidados, pero no había solución y al cabo de unos meses moría. El shock que le produjo su desaparición le llevó a 2 semanas de internamiento. Annie era su ancla, su roca, el pilar de su vida. En el mismo año fallecieron su madre, su abuela y su mujer. Fervoroso creyente (decía que saltaba tanto para estar más cerca de Dios), trató de agarrarse a la fe, pero se rompió por dentro: “cuando la perdí, yo también me morí”. Todos sus sueños se habían resquebrajado. Arruinado, había perdido todo, tenía que salir adelante. El baloncesto ya sólo sería un agridulce recuerdo. Se trasladó a Atlanta a vivir con su hermana que le echó una mano con los chicos. Trabajó en empresas de seguridad, de mensajería y de informática. A dos matrimonios le sucedieron dos divorcios. Allí le encontró en el 96 su amigo, el periodista Jaime Fernández, y le realizó un reportaje para la Televisión Gallega de gran éxito. Tiene otros 2 hijos y es abuelo de 5 nietos. Con 60 años comparte piso con un compañero que no tiene idea de que Nate fue una estrella del baloncesto tiempo ha en un lejano país.
San Andrés de Teixido
Refiere el dicho popular que al santuario “vai de morto quen non foi de vivo” (va de muerto el que no fue de vivo). La capilla se encuentra sobre los acantilados de Vixía Herbeira (los más altos de la Europa Continental a 613 metros de altura) en uno de los parajes más bellos y recomendables de toda Galicia, al este de Cedeira y muy próximo a Ferrol. Tengo para mí que alguna de las iluminadas mentes del Informe Robinson se le cruzó algún pensamiento similar para traer a Nate de vuelta a España.

En Valladolid se metió un lechazo en compañía de su amigo y socio en la cancha, Carmelo Cabrera. Sobre el parquet del Huerta del Rey se giraba conmovido hacia el lugar desde el que Annie le veía encestar cada noche. Lo de Ferrol le superó. Como en Pucela, la gente casi tres décadas después lo paraba por la calle: “Te recordaremos toda la vida, aquí no eras Nate, eras Nat Davis”, “Eres de los ilustres de Ferrol”, le resume un cocinero el sentir de sus vecinos. No lo puede creer. Cuando llega a La Malata llora como un niño en el vestuario, tres mil personas están esperando para aplaudirle casi tres décadas después. Sus antiguos compañeros tampoco lo han olvidado, participaron en un partidillo amistoso y charlaron en el Toxos e Froles, en el edificio que ocupaba la antigua sede del club.
¿Era tan bueno?
Sí. Sin duda. Lo sé, no defendía un carajo (él se excusaba en que no podía rendir los cuarenta minutos en las dos partes de la cancha y que dónde el equipo realmente le necesitaba era en ataque, más cuando el papel de los refuerzos foráneos en la época era esencial) y a veces iba por libre y se saltaba los sistemas, pero salvo a Michael Jordan no he visto un tiro en suspensión tras bote tan certero y elegante como el de Nate Davis (Manolito Aller decía que cada vez que se levantaba te ponía los huevos en la cara). Su rango de tiro era inabarcable, metía triples de ocho metros o lanzamientos cortos a tablero y sus porcentajes de acierto magníficos. Chupaba, pero como arguía el eterno capitán del OAR, Miguel Loureiro “había que dársela porque la metía”. De condiciones atléticas de otro planeta, todavía hay quien evoca el tapón contra el tablero a Chicho Sibilio o el que le puso a Brian Jackson en un Partido de las Estrellas; otros se decantan por un mate de espaldas en parado después de coger un balón desde el suelo del Palau. Postales de carpetas de colegio, posters de dormitorio en alguna casa de principios de los ochenta. De su prodigiosa capacidad de salto dan fe algunos de sus camaradas que cruzaban apuestas para comprobar si Nate Davis, con sus 194 centímetros, era capaz de limpiar billetes de mil pesetas o incluso monedas de la parte alta del tablero. Te garantizaba los 30 puntos por noche, un buen número de rebotes y un espectáculo sin igual por entonces. Para Pesquera “era un extraterrestre”, Tim Shea opina que “con Davis cambió el baloncesto del basket en España” y como siempre Antoni Daimiel da con la tecla “Antes de que existiera Jordan, Jordan era Julius Erving. Para mí antes de que existieran Jordan y Julius, existió Nate Davis”.

Beethoven decía que el único símbolo de superioridad que conocía era la bondad. Miguel Loureiro desvela el verdadero secreto de Nate Davis “caló tanto porque era un hombre bueno, con un gran corazón y un excelente compañero”. El entonces chaval Miguel Piñeiro acentúa en la misma línea “al terminar de entrenar no permitía que el juvenil que se ejercitaba con ellos cogiera el autobús de noche para volver a casa, no fuera a pasarle algo y se ofrecía a llevarle”. Anicet Lavodrama ahonda en su doble faceta “era sencillo en la vida y exuberante en la cancha”.

Cuenta la leyenda que las piedras de los milladoiros (montones que los peregrinos van dejando a los lados del camino en su paso a la romería) “hablarán en el Juicio Final” para manifestar qué almas cumplieron con la promesa de ir a San Andrés. Hasta que llegue el día me quedo con la imagen de un buen tío y un jugador excepcional, con rango de héroe, que alumbró un tiempo diferente. Su historia emparenta con los mejores guiones de película. Visionar una parte de la misma fue un gusto. Como yo también vi jugar a Nate Davis, para los descreídos me uno a la vieja aspiración renacentista de Leonardo Da Vinci. Ahora lo sé, el hombre (algunos hombres) pueden volar.

 

 

Gracias otra vez a Carlos Laínez y Raúl Barrera por facilitarme la labor de documentación en la Biblioteca Pedro Ferrándiz del Espacio 2014 FEB.

Por Juan Pablo Bravo
Colaborador JGBasket
www.contraataquede11.com

Foto publicada en Gigantes
Extraída de www.elobratienehistoria.com

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