Es muy frecuente poner en entredicho la labor de los padres en la formación de sus hijos como jugadores de baloncesto. Me ha tocado ver de todo en más de una década como entrenador de baloncesto, pero si algo es claro es que cuánto más pequeños son los jugadores, más necesitan y buscan la confirmación de sus padres de que lo están haciendo bien.

Por eso, su labor es más importante de lo que nos creemos. Prestan mucha más atención a sus progenitores que a los propios entrenadores, por lo que es esencial que se dediquen a animarles e intentar incentivarles, limitándose a eso, ya que si se meten en la parcela deportiva, haciéndoles indicaciones, puede ser contraproducente al ser una información opuesta a la que le haya dado el entrenador. Ponen a sus hijos en una encrucijada entre hacer caso a su entrenador o a su padre.

Hace poco, presencié un partido cadete, en el que un padre desde la grada chillaba al entrenador de su hijo, diciéndole: “No te enteras, quita la zona que nos van a ganar por tu culpa” –obviamente, he omitido algún insulto–. El entrenador siguió a lo suyo, mantuvo la zona y acabó perdiendo el partido. ¿Por qué lo hizo?, ¿pensaba que era la mejor opción o, simplemente, no lo hizo para no quedar desautorizado delante de sus jugadores? Sea lo que fuera, la actitud del progenitor acabó perjudicando al equipo de su hijo e, incluso, pudo llegar a avergonzarle. Esas situaciones hay que tratar de atajarlas, pero son muy complejas, ya que si el entrenador no tiene experiencia, este tipo de circunstancias le superan y no sabe cómo afrontarlas. Eso sucede, por la idea, que yo considero errónea, de poner a los más jóvenes a entrenar en categorías de formación. Su falta de experiencia puede pasarle factura a la hora de abordar a los padres.

Al terminar un partido, el jugador busca la felicitación de su progenitor por el esfuerzo realizado, pero, en ocasiones, encuentra una retahíla de argumentos para reprocharle lo que hizo mal, el por qué perdieron o lo flojos que son sus compañeros. Consideran a su hijo una estrella y critican a todos los que impidan que logre su sueño (árbitros, entrenadores, compañeros). Hay que intentar que los padres valoren el esfuerzo de sus hijos y, sobre todo, de su entrenador al que tienen que darle un voto de confianza en la formación de sus hijos como jugadores y como personas. Y no reclamarle sólo si han jugado pocos minutos.

Cuando él y, sobre todo, su equipo han jugado bien, aunque hayan perdido, hay que felicitarle, animándole a que mejore y ser realista con él. Tan malo es criticar todo lo que ha hecho como decidirle que lo hace todo bien, porque eso puede hacer que se confíe y no trabaje para mejorar.

En cuanto al árbitro, las actitudes que los padres tengan hacia él son el reflejo de las que tendrán sus hijos. Da muy mala imagen tener a un grupo de padres increpando y presionando al árbitro. El entrenador es el encargado de evitar que sus jugadores protesten al colegiado, pero si lo que intenta impedir en la pista se produce en la grada puede provocar la distracción de los jugadores. También hay que respetar al rival, pagar las propias frustraciones faltando al respeto a los jugadores y entrenador contrario no es la versión más idónea que los hijos pueden ver de sus padres.

La tarea principal cuando empiezan a jugar es disfrutar del baloncesto en compañía de sus amigos y, a la vez, aprender a competir, comprometerse y esforzarse por mejorar. Eso no hay que olvidarlo, ya que si no son responsables de sus actos pueden perjudicar a su equipo. Cuántas veces un jugador falta al partido y no avisa al entrenador, dejando a su equipo, si se trata de partidos de minibasket, con un número insuficiente de efectivos. Ese compromiso tiene que partir también de los padres, que son los encargados de llevar a sus hijos. Además, la falta de compromiso también se produce cuando se le castiga sin ir a entrenar por suspender, porque perjudican al equipo. Hay que tratar de enseñarles a organizarse, ya que el dejar de ir a entrenar no es sinónimo de mejora en su rendimiento académico.

Es verdad que la labor de los padres no es siempre negativa. Sin ellos, muchos clubes no podrían salir adelante, ya que son los que buscan recursos económicos, hacen de chóferes de sus hijos y, en minibasket, incluso, acaban haciendo mesas. No tienen que olvidar que su labor es hacer de padres y no de entrenadores.

Por Víctor Escandón Prada
Entrenador superior de baloncesto y periodista
Gabinete técnico JGBasket

 

Publicada el: 18 marzo 2014

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