Dicen que la vida es cíclica y eso es lo que debe de pensar Pedro Ferrándiz, que el pasado 20 de noviembre, cumplió 90 años en su Alicante natal, cada vez que ve un partido del Real Madrid de Pablo Laso. Ha pasado más de medio siglo desde que él aterrizase en Madrid para cambiar la historia de la sección de baloncesto y ahora rememora aquella época con este equipo con el que confiesa “no aburrirse, después de 20 años haciéndolo”.

Poco se puede añadir de un técnico que en trece temporadas al frente del equipo blanco logró 12 Ligas, 11 Copas y 4 Copas de Europa, más tres finales perdidas, pero su palmarés no se queda ahí, recibió, entre otras distinciones, la Gran Cruz de la Real Orden del Mérito Deportivo y entró en el  Naismith Memorial Basketball Hall of Fame y en el Salón de la Fama de la FIBA, con sede en Alcobendas. Pero, más allá de los títulos y los reconocimientos individuales, para siempre quedarán sus ideas revolucionarias y su manera de entender el juego, que le han convertido en una auténtica leyenda y en uno de los impulsores del baloncesto en España.

Sin ir más lejos, pocos son los que pueden presumir de que la FIBA haya cambiado una norma por su astucia. Hay que remontarse al 18 de enero de 1962, partido de ida de los octavos de final de la Copa de Europa en Varese. A falta de dos segundos para el final, los locales empataron el partido y Ferrándiz pidió tiempo muerto y su cabeza empezó a idear una de las argucias más sorprendentes que se recuerden. Lejos de buscar un tiro ganador, colocó a Alocén cerca de su propia canasta para que anotase y evitase la prórroga. Nadie entendía nada, pero la jugada le salió perfecta, sabedor de que “la prórroga no nos convenía porque estábamos en clara inferioridad, ya que Hightower se había lesionado y Sevillano y Morrison estaban eliminados”, en la vuelta se impusieron con claridad y se llevaron la eliminatoria. A partir de ese día, la FIBA pasó a sancionar las autocanastas intencionadas con 1 000 dólares y la expulsión del torneo.

Con una adolescencia marcada por la Guerra Civil, en la que dejó los estudios para ayudar a su familia trabajando, Ferrándiz llegó al baloncesto de casualidad. Después de haber hecho sus pinitos en el fútbol, se acercó al mundo de la canasta como jugador, pero pronto se dio cuenta de que su sitio estaba en la banda. Su paso por la mili le hizo dirigir al Frente de Juventudes y, tras pasar por los mejores equipos alicantinos, decidió hacer las maletas e irse a Madrid, pero para ello “necesitaba 2 000 pesetas que le pedí al presidente de la Federación de Alicante y que nunca le devolví”.

En la capital, dada su experiencia como mecanógrafo, no le costó encontrar trabajo, aunque su pasión seguía siendo el baloncesto. De ahí que no se lo pensase cuando Saporta le llamó para organizar los torneos sociales del Real Madrid y, posteriormente, para hacerse cargo del equipo infantil y juvenil. Pasó por el filial, antes de coger las riendas del primer equipo en la temporada 1959-60 y ganarlo, casi literalmente, todo. Sus números en Liga son incontestables, ganó 264 partidos de los 282 que disputó. Una auténtica barbaridad.

Si por algo destacaron los equipos de Ferrándiz fue por el cambio radical y la vistosidad que dio al juego, subiendo la anotación y el espectáculo gracias a la variación que dio a la estructura del juego, pasando de dos bases a uno y de un pívot a dos, ya que apostó por la altura de los postes para asegurar el rebote y poder correr. Instauró la disciplina en el vestuario, siendo la puntualidad una de sus obsesiones, cambió el plan de trabajo con entrenamientos diarios, agotadores y muy exigentes. Fuera de la cancha, se ganó el respeto de todos sus jugadores a los que siempre estaba dispuesto a echarles una mano en cualquier problema que tuviesen.

Sabedor de que para ganar necesitaba reforzar al equipo, fue capaz de traer, como él mismo señala, a la “primera superestrella americana que llegó a Europa”. Se trataba de Hightower y se lo quitó, nada menos que a los Globetrotters. A pesar de no hablar inglés, fue pionero en ir a los campus de verano a Estados Unidos como ojeador y, en su primer viaje, presenció un partido de pretemporada entre los Knicks y los Celtics, consiguiendo convencer al presidente de los neoyorquinos para que le dejase traerse a Madrid a Clifford Luyk y Bob Burgess.

A lo largo de su vida ha ido coleccionando todo tipo de documentos y vídeos relacionados con el mundo de la canasta, viajando por todo el mundo para adquirir y recopilar dicho material en su Fundación para el uso y disfrute de todos los amantes del baloncesto. Con lo que Pedro Ferrándiz no solo ha contribuido a la historia del baloncesto con sus ideas y su palmarés, también ha querido dejar un amplio legado para la perpetuidad. Todo un lujo.

 

Por Víctor Escandón Prada
Periodista deportivo y entrenador superior de baloncesto
Gabinete técnico JGBasket

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