Vamos a empezar con una pregunta que trataremos de resolver a lo largo del artículo. En categorías de formación, ¿el partido es un entrenamiento más o tenemos que darle un valor diferente y más competitivo? Esta pregunta viene de la observación de varios años en los que veo entrenadores que llega el fin de semana y llevan fijado de antemano sus quintetos para los cuartos o sextos y no varían su planteamiento, sin diseñar ninguna opción alternativa en función de la evolución del partido.

Hay entrenadores, como yo llamo, populistas que hacen que todos sus jugadores disputen los mismos minutos, para que ninguno se queje y hacerles ver que todos son igual de importantes. Esta situación la podría medio entender si el nivel de los jugadores es bastante parejo, pero aún así, está claro que, por diferentes circunstancias del juego, de los entrenamientos, habrá jugadores que merezcan jugar más que otros. Por eso, cuando todos juegan lo mismo, independientemente de las situaciones se puede dar un mensaje erróneo, en el que los jugadores no se esfuercen al máximo en los entrenamientos al saber que, hagan lo que hagan, van a jugar lo mismo, lo que les puede generar frustración y falta de motivación.

También podríamos catalogar dentro de otro grupo a los entrenadores perdonavidas. Aquellos que saben que su equipo es muy superior al rival y lo “menosprecian” no realizando el juego que desempeñan habitualmente, obligando a sus jugadores, por ejemplo, a no anotar de contraataque o a que todos los jugadores toquen el balón en ataque antes de poder ir a canasta. No entiendo muy bien esta posición, ya que se pueden poner en práctica otras situaciones de juego, pero nunca obligar a los jugadores a renunciar a la canasta porque es como si se riesen del rival, esperando a que todos la toquen y cuando ya nos hemos entretenido un rato, ahora sí, os metemos canasta.

Podríamos enmarcar en otra categoría a aquellos entrenadores pasotas que “viven” el partido sentados desde el banquillo, transmitiendo a sus jugadores un lenguaje corporal no muy adecuado y que sólo se dedican a dar los quintetos y a hacer los cambios. Pueden llegar incluso a pedir tiempos muertos. Este tipo de entrenadores pueden dirigir tanto a los equipos que son superiores como a los inferiores, es independiente del nivel de los jugadores y va más con la personalidad del técnico.

Cuando al principio del artículo me refería a la valoración que se le da al partido, lo hacía en parte por esa manía arraigada entre muchos entrenadores de impedir que sus jugadores sepan cuál es el resultado del partido. Nuestros jugadores no pueden ser competitivos si no tienen un objetivo por el que competir. No sé muy bien que se pretende conseguir no diciéndoles el resultado, ellos quieren saber cómo van y, si pueden, ganar. Negarles la realidad no es positivo, sobre todo, porque hay colegios a los que van a jugar y tienen marcador electrónico y les parece tan novedoso que se pasan todo el tiempo mirando para él, poniéndose nerviosos y olvidándose del juego.

Yo soy partidario de decir el resultado a mis jugadores, para que sepan cómo van y puedan empezar a interpretar el juego y las situaciones de partido. Eso sí, el resultado se lo digo yo, no quiero que al final de cada cuarto o durante el partido haya una peregrinación a la mesa para saber el resultado. A la mesa, sólo me dirijo yo, los jugadores tienen que estar pendientes del juego, ni de la mesa ni, por supuesto, de sus padres que hay que intentar que se encuentren en la banda contraria y no detrás del banquillo.

Todos los entrenadores tenemos nuestros defectos y manías, pero hay que tratar de ir puliéndolos y, sobre todo, que no afecten al desarrollo de nuestros jugadores. No podemos olvidar que el baloncesto es un deporte competitivo y eso es lo que hay que tratar de inculcar a los jugadores, siempre respetando las reglas y, sobre todo, a los rivales. No vale ganar a cualquier precio.

 

Por Víctor Escandón Prada
Entrenador superior de baloncesto. Periodista
Gabinete técnico JGBasket

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