“Solían pegarme con frecuencia. En las calles de Nueva York donde crecí, si no sabías luchar estabas en graves problemas, y yo, simplemente, no tenía ese instinto”. Así empieza la autobiografía de uno de los mejores jugadores de la historia del baloncesto, Kareem Abdul-Jabbar. Hemos hablado con su traductor, Vicente Llamas, para compartir los secretos de una vida muy intensa y apasionante recogida en Pasos de Gigante, una radiografía fiel de la sociedad de los Estados Unidos en las décadas de los 60, 70 y 80, a través de los ojos de un mito del deporte de la canasta.  

– Viendo el comienzo del libro, parece que la calle curtió su carácter y le hizo más fuerte.

– A Kareem le tocó vivir una época en la que los conflictos sociales, en ciertos barrios, eran permanentes. Era un chico muy alto y, por tanto, muy visible para los demás y un objetivo clarísimo. En su adolescencia tenía dos opciones, ser –como reconoció Shaquille O´Neal– un líder matón o tratar de pasar desapercibido. Kareem prefirió la segunda opción y siempre ha apoyado el pacifismo. Al contrario que otros jugadores negros que eran mucho más agresivos en sus declaraciones o en su actividad en la cancha, él prefirió canalizar esa agresividad machacándose en la cancha y a través de las artes marciales. Era un jugador muy serio, obsesionado por su rendimiento, dando la sensación de disfrutar poco del baloncesto.

– La religión ha marcado su vida. 

– Le ha influido muchísimo. Desde pequeño era un chaval negro en la época de la segregación racial que, a pesar de pertenecer a una clase media, vivía en barrios humildes. Era un chico tímido e introvertido y su educación católica no hizo más que ahondar en eso. Al ser el centro de las miradas, no hacía lo que no debiese y se encerraba en sí mismo. Al ir a un colegio sólo de chicos, eso marcó también su relación con las mujeres a lo largo de su vida, teniendo dificultades para relacionarse con ellas. Cuando empezó a leer sobre otras culturas y religiones, se dio cuenta de que esa no era la manera de vivir que quería y encontró el islamismo en Nueva York, lo que le terminó provocando también ciertos problemas en su manera de ver la vida. Al ser una persona con dinero creyó tener la obligación de cubrir las necesidades materiales de su congregación, pero, sorprendentemente, aquella congregación terminó tiroteada, muriendo amigos suyos, lo que marcó una etapa importante de su vida.

La conversión al islamismo, después de muchos años llevando una doble vida, se consumó cuando Lewis Alcindor se convirtió en Kareem Abdul-Jabbar, siguiendo así los pasos de Cassius Clay, que pasó a llamarse Muhammad Ali.

– Sorprenden las grandes inquietudes culturales que tenía siendo tan joven.

– Al ser tan alto, siempre iba con chicos tres o cuatro años mayores. El jazz y la lectura siempre fueron una parte muy importante en su adolescencia y luego en su vida. Conoció la música a través de su padre y no tenía más remedio que estar en las salas cuando él tocaba. Muchos de esos músicos de jazz casi le tenían apadrinado y mientras ellos bebían entre concierto y concierto, Kareem correteaba por bambalinas. El jazz, al ser un tipo de música especial, con artistas bohemios, le sirvió para aliviar su espíritu y estar a gusto con el mundo. Esa menor capacidad para comunicarse le ha hecho emplear su tiempo en la lectura y la música. Más llamativo resulta su pasión por las artes marciales. Empezó a hacer aikido porque creía que las artes marciales le enseñarían disciplina y a usar su cuerpo hasta el punto que tuvo a Bruce Lee como maestro, cultivando con él una gran amistad. Una amistad que le llevó a hacer su primera aparición en el cine en Juegos de muerte (1973).

– Al contrario de lo que pudiese parecer, su familia no fue parte importante de su vida.

– Acumuló muchas frustraciones, en la que sus seres queridos fueron víctimas y, a la vez, causantes de ellos. Su educación católica no le ayudó y, poco a poco, cuando se fue a la Universidad, fue alejándose de su familia porque no encajaba en su actividad diaria. Hasta el punto de que sus padres no fueron invitados a su primera boda y, aunque igualmente fueron, no les dejaron entrar. Con el paso de los años fue ordenando las cosas e incluso dando muestras de cariño en público a sus padres, cada vez que le hacían una entrevista les hacía un guiño, algo insólito y sorprendente meses antes, ya que no lo hacía ni en su círculo más privado.

– Tampoco tuvo suerte en el amor.   

– La razón siempre ha guiado sus pasos, incluso en el amor. En su primera boda fue aconsejado por Hamaas, líder de su congregación. Tenía una buena relación con su mujer, pero no estaba enamorado. Por eso, en parte, duró tan poco ese matrimonio. Le costaba entablar conversaciones con las mujeres y, aunque volvió a casarse,  ahora está solo porque es así como se encuentra bien, desarrollando su actividad social e intelectual.

Por Víctor Escandón Prada
Periodista deportivo y entrenador superior de baloncesto
Gabinete comunicación JGBasket

 

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