El Madrid sumó su cuarta Supercopa consecutiva tras vencer a un Barça que, durante veinticinco minutos, fue muy superior, pero no supo cerrar el partido y dejó vivo a un equipo que, si algo ha demostrado desde que Laso está en el banquillo, nunca se rinde a pesar de las dificultades. Este ha sido el título de la fe y la constancia.

Con las bajas de Randolph, Thompkins y Abalde; la lesión –pendiente de confirmarse su gravedad– de Rudy en semifinales; la ausencia de Carroll, que sigue, desde su rancho de Utah, deshojando la margarita de si renovar o no; y la escasa aportación de Tavares, recién aterrizado del Afrobasket, que tuvo una escasa aportación. Si a eso se le suma el poco tiempo de adaptación de los nuevos fichajes (Williams-Goss, Heurtel, Hanga y Yabusele), el reto se presentaba complicado ante un Barça mucho más conjuntando.

Jasikevicius sorprendió de inicio sacando a Oriola en el quinteto titular para abrir el campo y la apuesta le salió a la perfección, con el pívot anotando desde el triple. El acierto de tres de los culés era contrarrestado por el dominio en la zona de Poirier –16 puntos y 11 rebotes– y la salida al campo de Alocén, que le dio otro ritmo al equipo. Fue un primer cuarto de tanteo (23-22), en el que el Madrid ya había anotado los mismos triples que en la semifinal frente al Tenerife.

En el segundo cuarto, Mirotic entraba en escena y parecía imparable, sobre todo, cuando Yabusele –muy activo en esta Supercopa– cometió su tercera falta personal, teniendo Laso que improvisar en la defensa del hispano-montenegrino, primero con Taylor y luego con el debut de Ndiaye, pero no funcionó. Aún así, el Madrid se aferró al marcador con un triple de Heurtel, muy por debajo de lo que se espera de él, que dejó la diferencia en seis puntos (46-40) a favor de los azulgranas.

Los culés, con un Higgins inspirado, volvieron de vestuarios como un auténtico vendaval y, en cinco minutos, desarbolaron a los blancos con un parcial de 17-4, que les daba la máxima renta (63-44) y parecía decidir la final. A falta de Rudy, Laso decidió tirar del de siempre, Llull y darle los mandos a Alocén. Entre ambos lideraron la reacción y, a falta de diez minutos por jugarse, ya llovía menos para los madridistas (72-61).

El último cuarto arrancaba igual que finalizó el tercero, con el de Mahón en estado de gracia y el Barça sin encontrar vías de anotación. En un abrir y cerrar de ojos, la conexión Alocén-Poirier hacía soñar al Real Madrid y, a falta de tres minutos, se colocaba a un punto (79-78). Había partido. Alocén pudo poner a los suyos por delante, pero falló los dos tiros libres y Davies, el mejor del Barça en los instantes finales, abría la brecha a tres puntos. Williams-Goss acertó desde el triple y con el duelo empatado comenzaron las imprecisiones. Los de Jasikevicius fiaron su juego ofensivo en Davies, que se jugó todos los tiros hasta el final, incluido un triple para forzar la prórroga que no entró, mientras que los blancos, más agresivos de cara al aro, aseguraron el triunfo forzando faltas para ir sumando desde el tiro libre.

Al final, el Madrid obró la remontada. Una remontada que no hubiese sido posible sin Alocén, Poirier y, sobre todo, Llull que, con 24 puntos, fue nombrado MVP de la Supercopa en una cancha en la que, hace cuatro años, a punto estuvo de truncarse su carrera con aquella lesión de rodilla. Sus lágrimas eran el fiel reflejo del duro camino recorrido hasta llegar de nuevo a ser el mejor.

Semifinales

Barça, 87–Valencia Basket, 68

Lenovo Tenerife, 70– Real Madrid, 72

Final

Barça, 83–Real Madrid, 88

 

Por Víctor Escandón Prada
Periodista deportivo y entrenador superior de baloncesto
Gabinete técnico JGBasket

Foto: ACB Photo / E. Cobos

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